El Palacio de la Memoria
Me escapo a Madrid, so pretexto de la
Feria del Libro. Mi editor ha tenido la caridad intelectual y la cortesía
mercantil de invitarme a firmar en su caseta el mismo día de la inauguración y
eso me llena de orgullo. A la gente de letras nada nos alimenta tanto el ego
como las reacciones que provocan nuestros libros: la mirada cargada de
admiración de un lector desconocido, los amigos que celebran tus ideas o tus
metáforas… Ya sé que todo eso es, también, vanidad de vanidades y apacentarse
de vientos; pero me da igual. Bastantes humillaciones nos depara el Hado, la
Vida y hasta el Ministerio de Fomento, que me obliga a presentarme en Madrid en
un ferrocarril que no termina nunca de ser de alta velocidad. El AVE de Murcia
es el tren más rápido del mundo, que no consigue llegar a una Región que no se
ha movido de su sitio desde Escipión el Africano, lo cual es una paradoja
tristísima, como aquella que enunciaba Zenón de Elea, quien demostró que
Aquiles, con ser el más rápido de los aqueos, no alcanzaba nunca a la tortuga,
y con estas cogitaciones me apeo en Atocha cargado de melancolía de la amarga,
de la que ennegrece el hígado.
Hay otra melancolía dulce que drena
la vesícula y es aquella que nace de pasearse por el Palacio de la Memoria. Los
griegos, ya que estamos con Zenón, recomendaban ordenar los recuerdos como
quien construye y decora un palacio, para así afrontar la vejez con el consuelo
de revivir los instantes y conocimientos felices. Mi memoria, sin embargo, es
más lírica que arquitectónica, seguramente porque no tengo paciencia para la
geometría interna. El caso es que me acerco al Parque del Retiro, camino de la
Feria, y me paseo por la memoria de unos años vividos en Madrid que no fueron
del todo amargos.
Nada más entrar por la Puerta del
Parterre, por ejemplo, me topo con un árbol que es el ser vivo más viejo de
Madrid, un ahuehuete al que quiero todo lo que se puede amar a un vegetal. Mi
ahuehete fue plantado en el Retiro por un oficial de Hernán Cortés, quien trajo
a España un pollizo arrancado del árbol bajo el que los conquistadores
españoles derramaron lágrimas amargas cuando huían hacia Tacuba, tras la
derrota en Tenochitlán, en la que la Historia conoce como “La Noche Triste”.
Esto sí que son recuerdos entorchados, dignos de instalarse en el Palacio de la
Memoria del Viejo Reino de España, que también fue un Imperio; pero la lírica
de mi memoria me impone la huella que me dejaron las novias que besé bajo ese
árbol; aunque ya no sé si esto es producto de mis anhelos, o si alguna vez
conseguí en verdad que alguna chica me dejase acariciar sus labios con los míos
bajo la sombra de tanta historia.
Sigo hasta el Paseo de Coches y me
doy una vuelta por la Feria antes de centrarme en lo mío. Este año abundan las
casetas dedicadas al libro infantil, al cómic, al tebeo, a la novela gráfica y
al libro ilustrado, en general. Entiendo que esta es uno de las buenas
consecuencias que tiene la crisis en la industria editorial, que orienta el
negocio a producir libros que sean objetos bellos; porque la belleza del libro,
de momento, no se piratea. A mí los tebeos también me traen muy buenos
recuerdos; de hecho, la primera vez que visité la Feria lo hice literalmente de
la mano de mi padre, quien me compró un Astérix, La hoz de oro, cuyas aventuras aún sigo, por más que me note los
años en que ahora voy con los romanos.
Mi
padre nunca se puso de parte de las legiones de César, siquiera sea por armonía con sus recuerdos de anarquista apacible y sin estudios; pero con lecturas, tantas
como para alcanzar la sabiduría de vivir despierto; y merecer la dicha de morir
dormido. En su memoria, otro año más, entro en la caseta de Ediciones
Libertarias, abrazo con alegría a Carmelo, mi viejo editor, y disfruto del
encuentro con mis lectores sin saber que en los años venideros recordaré esta
Feria como aquella en que el Rey de España abdicó la Corona sobre su hijo; sin
derramar una lágrima.
Artículo publicado en el diario "La Opinión", de Murcia, el sábado 7 de junio de 2014, de la serie Los placeres y los días.