Damas de Guerra

Con “Batalla de Inglaterra” designamos el conjunto de combates aéreos que tuvieron lugar en el cielo británico y sobre el canal de la Mancha, entre julio y octubre de 1940, cuando Alemania quiso destruir la Royal Air Force (RAF) y asegurarse la superioridad aérea necesaria para una invasión de Gran Bretaña. La Batalla de Inglaterra se precia de ser la primera ocasión en que el futuro de la Civilización se decidió en el aire. Tendemos a pensar que el Destino de las naciones se teje en tierra firme: Waterloo, por ejemplo, certificó el fin de la impertinente grandeur napoleónica; y las Navas de Tolosa libró a los españoles de la suerte presente de los magrebíes. Pero si nos fijamos bien, lo cierto es que la Historia con mayúsculas, la que decide el curso de la Civilización, la que pone en juego la suerte de eso que Hegel llamaba el Espíritu Absoluto, casi nunca se escribe sobre la tierra, sino en el agua, como ocurrió en Salamina o Lepanto, y, a partir de la II Guerra Mundial, en el cielo. Pero Damas de Guerra (Home Fires en su versión original) es una serie que no atiende a lo que ocurre entre las nubes, sino a lo que se vive en el suelo, en un pequeño pueblo al sur de Inglaterra, donde un grupo de mujeres asume la responsabilidad de organizar la defensa civil y sostener la dignidad de la vida diaria, para que los pilotos remonten el vuelo dispuestos a combatir por una patria en la que se mantienen las tradiciones y los ideales en los que creen. La serie entera supone una alegoría perfecta de la diferencia de perspectiva y de ámbitos de acción (los tradicionales, cuanto menos) masculinos y femeninos: el mundo de los varones comprometido en la gesta épica que se dirime en un ámbito celestial desde donde lo cotidiano aparece pequeño y desdibujado; el mundo de las mujeres, bien anclado en el suelo, donde cada detalle importa, y desde donde se construye el fundamento que otorga sentido a la batalla que se libra más allá y más arriba de la línea del horizonte. Los hombres, en las nubes; y las mujeres en todo lo demás.

     El Imperio Británico mantiene intacto aún hoy el orgullo de haber sido capaz de resistir en solitario durante un larguísimo año el avance imparable del ejército alemán, que venía de pasearse por el continente y de barrer, entre otros, al ejército francés, que por entonces presumía de ser el más cuantioso en número de efectivos y el mejor pertrechado de toda Europa; todo ello mientras Estados Unidos tragaba saliva (no declaró la guerra a Alemania hasta el invierno del 41) y el infecto Stalin se repartía media Europa con el no menos infecto Hitler bajo la cobertura del pacto firmado por Ribbentrop y Molotov; un pacto que podría haber seguido vigente hasta hoy, de no ser porque a Hitler le dio la ventolera de invadir Rusia en junio del 41. Pero Gran Bretaña no pactó, no se rindió, presentó batalla por tierra, mar y aire, y cumplió con sus objetivos: de un lado, impedir que los alemanes pusieran un pie en su territorio; y del otro, mostrar al mundo que las tropas alemanas no eran invencibles. Home Fires celebra esta batalla y esta exaltación de la dignidad de una nación libre, y acierta al aproximarse al asunto desde una perspectiva femenina. Porque, efectivamente, fueron las mujeres las que se ocuparon de mantener la producción industrial y agrícola; fueron las madres, esposas e hijas de los soldados quienes organizaron el entramado de la defensa civil; las que llenaron la campiña de obstáculos para que ningún avión alemán pudiese aterrizar en sus prados; las que construyeron y atendieron los refugios y los hospitales; quienes organizaron el reparto de comida en una isla prácticamente aislada por la potente flota de submarinos alemanes; las que cubrían los turnos en los puestos de observación meteorológica y las que activaban las alarmas antiaéreas, anticipándose a los radares, que por entonces estaban aún en fase experimental. Las mujeres sostuvieron la “Batalla de Inglaterra” con tanta o más sangre, sudor y lágrimas que la derramada por los pilotos de la RAF, y además guardaron las casas, las iglesias, las escuelas, los conciertos (¡qué amor por la música que tiene el pueblo inglés!), los recitales de poesía, el té de media tarde (con sus deliciosos scones y sus inverosímiles sandwiches de pepino) y, por encima de todo, las que supieron cuidar con un coraje encomiable el entramado de sentimientos comunes que nutren el alma de una nación y la mantienen fuerte y joven para el ejercicio de una ética patriótica desde la que se ganan las grandes batallas.
    Una serie emotiva, cálida, magníficamente ambientada y todavía mejor interpretada, con un guión anclado en una buena novela histórica: Jambusters, de Julie Summers. Nadie debería perdérsela, aunque sólo sea porque llega a España en un momento en que resulta notoria la lamentable debilidad de nuestros afectos compartidos.

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