El niño y el tigre
Para Antonio Rentero, Isa "Maléfica" y Crispu "Latinajos"
frikis calvinistas y filósofos hobbesianos
En varios pasajes de sus obras Nietzsche insiste en que la
fuente original del lenguaje y del conocimiento no radica en
la lógica
sino en la imaginación, en la capacidad literalmente fantástica
que tiene la mente humana cuando crea metáforas, enigmas, figuras y modelos. Entender el mundo es poca cosa, y no
conduce más que a apoltronarse en él; ahora bien, si lo que queremos es alegrar nuestro
entorno y rentabilizar el tiempo, es menester ponerse en manos de la loca de la
casa e imaginar el Universo de un modo distinto a como lo venimos concibiendo.
Kekulé dio en la flor de la
estructura de la molécula del benceno cuando su imaginación
se abandonó a
un ensueño
que le puso ante los ojos unos átomos de carbono y de hidrógeno que bailoteaban
arrabaleros; hasta que, de tanto arrimarse las valencias, se cerraron en una
estructura de anillo. El inventor del coche se puso manos a la obra cuando se
imaginó un carro que no
necesitara de ninguna caballería, y Steve Jobs inventó el
iPad cuando se propuso llevar a la realidad un artilugio que lucían
los personajes en la serie de Stark Trek. Demócrito, Galileo, Kepler,
Darwin, Einstein… imaginaron
el ser, el devenir, la vida y el cosmos de otro modo y a ese acto de loca
valentía
debemos el avance radical de la ciencia. La imaginación
es el motor del progreso y el acicate eterno de la Civilización,
porque conduce a una concepción poética del mundo y del Hombre, una voluntad creadora de
inventar mundos y de alumbrar lo existente con el brillo que emana de una metáfora
clara, sorprendente y alegre, sobre todo, alegre.
La
alegría es, justamente, el
sextante y la brújula que orienta a la razón en la navegación moral. Lo triste y lo
aburrido es perverso, siempre; porque cuando la imaginación se desborda de alegría inventa un láser para hermosearle las
ingles a las señoras, por ejemplo; o deviene excelencia del carácter y convierte la vida
humana en un ejercicio de virtud. Esta es una de esas ideas que me venía rondando la cabeza desde
hace años de forma un tanto
deslavazada y mira tú por dónde que se me puso todo en
su sitio cuando cayó en mis
manos el primer recopilatorio de las tiras cómicas de Calvin y Hobbes, de Bill Waterson, un
conjunto de historietas que narra las peripecias de Calvin, un torbellino de niño de 6 años, y Hobbes, un tigre enérgico, sarcástico, sabio, y juguetón que aparenta ser un
peluche cada vez que está otro humano de por medio, para no amedrentarlo, supongo. Las tiras de
Waterson se caracterizan por un dibujo esquemático, escaso, y expresivo,
cuatro líneas apenas que adquieren densidad y color cuando la imaginación de su protagonista se desborda
y la cachazuda maestra de Calvin, la señorita Carcoma, se convierte
en un implacable tiranosaurio, por ejemplo; o cuando la bendita madre del niño se vuelve un despiadado
marciano empeñado en meterlo en la bañera y restregarle las
orejas. El juego imaginativo que Waterson plantea entre el crío, el tigre, la maestra,
los padres, Susi (la amiga/enemiga de Calvin), etc. da pie a brillantes
reflexiones sobre el mercado del arte (a propósito, por ejemplo de los muñecos de nieve); sobre el
sinsentido del arte conceptual (eso me toca especialmente la vejiga del gusto);
sobre el propósito de la racionalidad y de la existencia toda; sobre la paternidad;
sobre la muerte; sobre la guerra de sexos; sobre la naturaleza, que aparece
inocente, salvaje, imprevisible, divertida, aterradora y cruel; sobre los niños, que son lo peor de lo
peor; sobre las niñas, que van siempre tres pasos por delante; sobre la evolución humana, cuyo éxito provoca la perplejidad
del tigre Hobbes: "Tan sin pelo, tan sin garras, tan sin músculo, tan sin carácter... ¿Cómo lograsteis llegar vivos
hasta que inventasteis las herramientas?"
Calvin y Hobbes son una tira cómica, una pareja de
caracteres cervantinos, dos compañeros de juegos muy serios
que protagonizan unas historietas capaces de arrancar sonrisas agridulces y
carcajadas desenfrenadas, dos filósofos sin Academia que
afrontan la vida con ligereza y sentido de la tierra, dos modos diferentes de
instalarse en el mundo, pero igual de afilados y lúcidos y simpáticos; una obra de arte con fuerza para airear prejuicios y renovar
nuestros relatos racionales, esos que nos salvan del frío del universo y nos
acercan al calor que emana de nuestros amigos.