Flores sexis
Nuestra especie gestiona su sexualidad como administra su economía: en precario y desde la melancolía que supone disponer de medios y oportunidades limitadas para satisfacer necesidades infinitas, aquí y en Pernambuco; los payos y los gitanos; la aristocracia opresora y los pigmeos sostenibles; los follatabiques de la ESO y las psicólogas que los apacientan; el Papa peronista y el editor de Play Boy…; todos igual de insatisfechos, todos igual de sueñabraguetas. Freud lo clavó al diagnosticar, al definir más bien, la pulsión sexual normal como insobornable, polimorfa y perversa. Esto quiere decir que no paramos de ingeniar fiestas con que entretener lo del día de la boda y que ninguna de esas fiestas soñadas es como para colgarla en las acharoladas esquelas que publica el ABC, con lo que, por mucho que la naturaleza nos bendiga con novios, novias y ocasiones de coyunda entretenida, regalada, guarrindonga y bonancible, siempre nos mantendremos a una distancia más o menos insufrible de todo cuanto desearíamos cometer, lo queramos o no, (nos) lo confesemos o no, incluso, y por eso nuestra pulsión sexual asoma por los hilvanes de nuestros actos cotidianos, y da igual que reparemos en una señora que se pinta los labios para que parezca un qué sé yo en mitad de la cara, o en un bailarín que se ciñe las mallas y marca huevines en el Bolshoi, el caso es que todo es sexualidad desbordante y sonrojante, que por nadie pase.
Una de las láminas contenidas en The Temple of Flora. Fuente |
El caso de Linneo es palmario. Calificado por la ciencia de su tiempo (mediados del siglo XVIII) como “Princeps Botanicorum”, su obra principal, Systema Naturae (Leyden 1735) es apenas un opúsculo de siete folios en el que propone una nueva manera de clasificar las plantas atendiendo a sus diferencias sexuales. El resultado obtenido configura una taxonomía sexy del reino vegetal que ofrece una clara, duradera y definitiva visión de conjunto del mismo: Deus creavit, Linnaeus dispossuit, el Señor lo creó y Linneo lo ordenó. Tan sexy resultaba que muchos científicos lo consideraron ofensivo contra la moral y atentatorio contra las buenas costumbres. El propio Goethe, que por lo demás apreciaba mucho el genio científico de Linneo, reconocía que los términos y el tono con que el gran botánico sueco describe la reproducción vegetal resultaban, cuando menos, sofocantes: “Cuando las almas inocentes que desean profundizar por su cuenta en el estudio de la botánica toman el Systema de Linneo se sienten perturbados en su moralidad. Las referencias constantes y explícitas a los apareamientos de las flores, a la lascivia general del mundo vegetal y una especie de corolario que vacía de sentido natural a la monogamia, que es el fundamento de todas las buenas costumbres, resultan del todo insoportables para el sano sentido común.” La Iglesia Católica, tan atenta siempre a todo lo que ocurre en las procelosas y oscuras regiones del bajo vientre, cumplió fielmente con lo que de ella esperaban sus discípulos e incluyó el Systema de Linneo en su por entonces todopoderoso Index de libros prohibidos.
En este punto y hora, un médico inglés especializado en la farmacopea derivada de las plantas, Sir Robert John Thornton, asumió la tarea de emprender una apología de la obra de Linneo, y para ello reunió a los mejores ilustradores de su tiempo con el encargo de preparar un libro magno de botánica: The Temple of Flora, una colección de láminas sin apenas texto que sirviese para exaltar visualmente la potencia científica del Systema de Linneo, al tiempo que mostraba a todo color la explosiva y rutilante sensualidad de las flores. El resultado es el libro de botánica más hermoso que se haya publicado jamás, el más sexi, seguro, y uno de los más fascinantes, también. Un libro que hoy podemos adquirir por menos de 30 euros en la magnífica versión que de él ofrece la editorial Taschen, y que les recomiendo a todos ustedes vivamente.
En su día el proyecto de Thorton influyó decididamente en la moda inglesa de cultivar un jardín ornamental en cada casa. Claro que las plantas mantuvieron su interés para todo lo relativo a la botica y la cocina; pero ahora habían adquirido un estatus nuevo y mucho más poderoso al reparar en la belleza de las flores, en el placer sensorial que produce su visión; en la voluptuosidad que despierta ese aroma que nutre los sueños más sexis de los aficionados a oler estas flores del templo de Flora, y esas otras flores que la vida nos regala.
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