La Tríada Capitolina
Protagonista de 28 cuentos y 78 novelas, el comisario de la policía judicial Jules Maigret puede que sea el investigador más industrioso que ha conocido la historia de la Literatura Universal. Para que nos hagamos una idea (comparativa) de la insólita productividad de Maigret, el así llamado “Canon” que recoge las aventuras de Sherlock Holmes escritas por Conan Doyle dio para 4 novelas y 56 relatos; y Nero Wolfe, el detective creado por Rex Stout, llegó a resolver un total de 69 casos, distribuidos en 33 novelas y 36 relatos cortos. Cito a estos investigadores porque en mi particular Parnasillo ocupan los altares de la triada capitolina del género policiaco, muy por encima de los detectives creados por Agatha Christie, ninguno de los cuales termina de metérseme en el alma; como tampoco consigo relajarme con los libros ni con las películas protagonizadas por Sam Spade, o por Philip Marlowe; porque son de esos tipos que te levantan la novia y te la devuelven con el aliento dulce de whisky, o agrio de sabe Dios qué. Eso y que no consigo entender por qué andan todos detrás del Halcón Maltés.
Nero Wolfe es el primer y más refinado detective gastrósofo de todos los tiempos y cada vez que lo leo me veo picándole la cebolla y disfrutando de sus consejos culinarios. Quiero decir que me gusta el escritor y aún más el detective, que ha sido capaz de convertir su agorafobia en un jardín epicúreo y en ocasión para desarrollar un portentoso talento deductivo ¿Sabían, por cierto, que las historias de Nero Wolfe fueron elegidas como la Mejor Serie de Misterio del Siglo, y su autor, Rex Stout, el Mejor Escritor de Misterio del Siglo, en la Bouchercon World Mystery Convention del año 2000? Pues con todo y con eso, la edición española está perfectamente descatalogada, sin que nadie, de momento, le vaya a poner remedio.
George Simenon con sus pipas |
Mejor suerte vamos teniendo los seguidores españoles del comisario Maigret, pues contamos con ediciones semicompletas de su ingente producción (en Tusquets, por ejemplo) y con el estímulo que supone el que la editorial Acantilado se haya propuesto sacar la colección entera en su cuidadísimo catálogo. Setenta y ocho novelas dan para mucha felicidad y esa es la primera de las glorias de esta serie, que resulta prácticamente inagotable: siempre que me veo en la tesitura de tener que viajar en uno de esos trenes atrabiliarios con que nos desplazamos los infraespañoles que vamos y venimos a Murcia, me llevo una de Maigret de las muchas que siempre me quedarán por leer, y se me aclara la melancolía: no tendré un tren digno, pero viajo en compañía de un gran comisario de la Sûreté.
Al igual que Nero Wolfe, Maigret es más deductivo que inductivo, aunque en realidad lo suyo sea el procedimiento administrativo común. En efecto, el comisario Maigret exhibe en todo momento las excelencias que distinguen a los mejores de cuantos sirven a la Función Pública, lo cual, qué quieren que les diga, lo convierte en un personaje atractivo, cálido, cercano y fiable, como lo son todos los funcionarios que actúan con consciencia del compromiso que supone servir a tu Nación. Maigret atrapa a los criminales a base de tesón y de rigor policial, no de intuiciones sobrenaturales, ni de artes marciales, ni de laboratorios que analicen el genoma de la roña de las uñas de los muertos. Lo de Maigret es pura virtud de funcionario probo, perspicaz y cabal, respeto por la escala de mando, y sentido de la compasión frente a las debilidades humanas. Todo esto servido con gran oficio por parte de Simenon a la hora de dibujar los ambientes y las personas, que parece que las estuviéramos oliendo; y navaja implacable para recortar todo aquello que el lector no necesita leer; porque lo autores que no saben callarse aburren al mismo Dios.
Sherlock Holmes, por fin, es mi favorito, porque me encanta su método (inductivo) y sus brumas y todo; pero reconozco que el exceso de genio le cobra el precio de una cierta idiotez moral, así que no lo veo para amigo; ni siquiera cuidaba de Watson, lo sé de buena tinta. Con este buen doctor sí que me tomaba yo un par de whiskys, a ver si me contaba lo que no suelta en los libros. Con Holmes me gustaría coincidir en el vagón restaurante del Transiberiano (eso sí que es un tren) y bajarle los humos a fuerza de enfrentarlo a los grandes enigmas de la existencia, de la mía al menos, empezando por el más desazonador: ¿Es cierto que mi chupete se lo llevó el Duendecito de la Luna? ¿Y por qué me lo quitó, con la paz que me daba?
Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el 27 de junio de 2015