Harnoncourt
Ha muerto Nikolaus Harnoncourt y los aficionados a la música antigua
sabemos lo que se nos ha ido con él. El maestro Harnoncourt fue uno de los
pioneros a la hora de interpretar la música antigua con criterios
historicistas. Por "música antigua" entendemos, no sé muy bien por
qué, la que se compuso con anterioridad a 1750, año en que falleció Johann
Sebastian Bach. Digo que no sé muy bien por qué, por no entrar en detalles
musicológicos sobre afinación, historia de la armonía, El Clave Bien Temperado y demás. Para entendernos: si se juntan
unos zagalicos de Murcia de esos que se mean a las puertas de las tascas y les
haces entonar una de las Cantatas que Bach compusiera en Leipzig te da la
impresión de que son almas bellas capaces de hablar la lengua de los ángeles,
además de lo de la ESO bilingüe. La música de Bach es un milagro ético y
estético que se renueva cada vez que suena y por eso decimos que muerto Bach ya
nada es lo mismo.
Pues bien, Nikolaus Harnoncourt,
junto con su amigo Gustav Leonhart, fueron los primeros que decidieron explorar
las posibilidades expresivas que tendría interpretar hoy día la música del
viejo Bach con criterios historicistas. Esto tenía lugar en las décadas de los
sesenta y setenta del pasado siglo, que fueron las del esplendor de las grandes
formaciones sinfónicas, filarmónicas y del copón bendito. El canon del momento
exigía interpretar la música de Bach y de quien fuere con grandes coros,
orquestas densas y plenas, pianos de gran cola, fluctuaciones del tempo
dirigidas a explotar el pathos romántico que se agazapaba escondido en las
partituras del viejo maestro de Eisenach…, y la verdad es que todo aquello
sonaba de maravilla. Pero Harnoncourt y Leonhart se propusieron otra cosa:
devolvernos al Bach íntimo que se escuchaba en Thomas Kirche, la sobria y
cálida iglesia de Leipzig donde el viejo Bach oficiaba de Maestro de Capilla.
Lo primero de todo era recuperar los
instrumentos de la época, algo que, a todas luces, parecía una manifestación
más de la melancolía intelectual que practican los enemigos del progreso, gente
altanera para quienes todo lo contemporáneo les parece una ordinariez. Si el
violoncello es una viola da gamba mejorada, esto es, más fácil de tocar, con
una afinación más precisa, con más potencia y densidad sonoras… ¿a qué coño
vamos a volver a la viola da gamba? ¡Sería como pensar que nuestra escritura va
a mejorar si recuperamos las viejas máquinas de escribir! ¡O que vamos a dormir
mejor con el orinal debajo de la cama! Harnoncourt, sin embargo, mostró que,
más allá de la pose, una viola da gamba, cuando cuenta con sus cuerdas de tripa
originales, posee un gran número de propiedades sonoras específicas muy sutiles
(el tipo de respuesta al arco, los armónicos, la forma en que se produce la
ligadura, el equilibrio entre las cuerdas graves y las agudas) que se
manifiestan con toda claridad cuando suena allí donde sonaba en tiempos de Bach
(pequeñas salones e iglesias), acompañada por otros instrumentos de la época
(el órgano positivo, por ejemplo, en lugar de los apabullantes órganos
catedralicios); con los ácidos oboes d’amore, con los coros de varones y niños
para los que fueron concebidas las partituras; con los sistemas tonales de la
época y la afinación y los tiempos y las articulaciones… La vuelta a los
instrumentos originales era sólo una parte, y no la más importante, de todo un
proyecto musicológico complejo, erudito, rigurosísimo y global encaminado a
devolvernos la experiencia estética que pudieron disfrutar los contemporáneos
de Johann Sebastian Bach.
Llegados
aquí, lo mejor que pueden hacer es disfrutar de la música; Bach, Leonhart y
ahora Harnoncourt ya no están entre nosotros; pero aquí el final no es el
olvido, pues nos quedan sus partituras y su discografía. Prueben con la
integral de las Cantatas, un proyecto en el que ambos directores invirtieron
veinte años de su vida. Pueden empezar con las de Pascua, que están ahora en su
estación. Reparen en las voces de los niños, en cómo expresan la soledad del
hombre cuando se sabe lejos de Dios, o la íntima alegría agradecida del que
cree que su Creador ha venido a salvarlo. Escuchen el llanto de la viola da
gamba cuando Jesús se despide de ella para ascender a los cielos. Lo pueden
encontrar en cualquier tienda de discos decente, en iTunes, en Spotify y, desde
luego, en el seno de Dios.