Los Hijos de las Nubes

Abdelkrim, mi querido guía en Tindouf


    Abdelkrim (así figura en su DNI español) es natural de nuestra (otrora) provincia de Ifni. Sus padres pastoreaban camellos en un país bellísimo, donde la luz absoluta, la calima, el polvo y el viento eterno borran los perfiles de las gacelas, los niños, las jaimas y las palmeras. Una tierra ardiente y dura, que obligaba a las gentes de Abdelkrim a mover la jaima y los rebaños tras las nubes que les regalaban el agua, el pasto, la vida de las bestias y las personas. "Los Hijos de las Nubes" se llamaban a sí mismos los miembros de la tribu en cuyo seno pasó su infancia este español con turbante.
   Tuve ocasión de viajar con él por el desierto de Argelia y comprobé cómo era capaz de orientarse en mitad de la nada. Sin mapas, sin GPS, sin referencia alguna en una planicie inmisericorde que no consiente ni los matojos. "¿Por qué sabes que tenemos que abandonar la pista justo en este punto?", le pregunté en varias ocasiones. "Lo siento aquí dentro", me respondía muy serio, y se señalaba el interior del turbante.

Aixa, preparando un té a la primera luz del amanecer

   Como todos los hombres que conocen el infierno, Abdelkrim destila las palabras, no emplea adverbio alguno, ni apenas adjetivos, y, desde luego, no se permite la menor mueca estúpida, ni la menor alharaca amanerada. De gestos pausados, Abdelkrim suaviza su físico roqueño con una sonrisa dulce, silenciosa y luminosa que es toda una invitación a la amistad. Así me contó su historia una noche en que nos adentramos en el desierto, junto con Salekh (el archivero de la República Árabe Saharahui Democrática) y una sobrina suya (Aixa) para tomar dátiles y té entre las dunas y contemplar ese firmamento pleno y vivo que no conocemos quienes vivimos en ciudades insomnes.

   Bajo ese cielo infinito, envuelto en el aroma astringente del té que preparan los Hijos de las Nubes, supe que Abdelkrim llegó a España con catorce años, donde se sintió siempre en la Madre Patria: "Me trataron siempre igual de bien y de mal que a cualquier otro español". Se instaló en Extremadura y trabajó en el campo y en la construcción durante algunos años imprecisos (para los habitantes del desierto el tiempo carece de contornos estables), hasta que logró juntar unos ahorros que le permitieron volver a Ifni, adquirir su propio rebaño y vivir la vida errante y recia de los Hijos de las Nubes. Fue justo entonces cuando Marruecos mordió con todo su veneno a España e invadió Ifni. Abdelkrim vio cómo el ejército marroquí  masacró a sus amigos, a todos los niños de su tribu, a sus padres, a su hermana..., y, de forma natural, se unió a los guerreros del Frente Polisario que defendían por las armas la vida y la tierra de los suyos. Al poco de iniciarse en el combate ya era conocido como el hombre más valiente de toda la guerrilla saharaui. Esto lo cuentan Aixa y Salekh, porque Abdelkrim no comete alarde alguno. Fue esa valentía la que le puso en manos de sus enemigos, que lo tomaron como prisionero y lo encerraron en un campo de exterminio donde comía mierda, bebía agua podrida, dormía hacinado entre sus compañeros, era torturado con toda la minuciosidad rencorosa de quien envidia tu libertad... todo esto durante doce o trece años (de nuevo no sabe fijar muy bien los límites temporales del infierno), mientras el gobierno español, su gobierno, se negaba a reconocer la existencia de estos campos de exterminio, de estos prisioneros, de esta guerra, de este genocidio practicado sobre sus ciudadanos.
   Al cabo, el Frente Polisario logró que Marruecos se sentara a negociar la suerte de los prisioneros y Abdelkrim pudo volver con los suyos, a cambio de que los Hijos de las Nubes liberaran a cien soldados marroquíes. Tal fue la tasación que mereció mi amigo: su valer y su valor, por el de cien soldados de las tropas de élite del ejército de Hassan II.
    Abdelkrim salió del campo de exterminio afectado por una diabetes crónica, con varios dedos arrancados con tenazas, el hígado destrozado, la espalda marcada por el látigo y el alma jodida, pero limpia. Limpia del todo.
Salekh, en el Archivo de la RASD
   Salekh conserva su historia y miles más como ésta en el Archivo Nacional de la República Árabe Saharaui Democrática. Allí se guarda el registro de cómo Marruecos trató y trata a este pueblo, de cómo han sido y son abandonados por España; de las trampas ideológicas que les tendió la internacional Comunista; de las traiciones de la Internacional Socialista; de las abyecciones particulares de Felipe González, cuyo nombre se pronuncia en Tindouf con amargura lavada con escupitajos de desprecio; de los sacrificios y los heroísmos a que se ven obligados los saharauis en nombre del sostenimiento de una bandera, de unos ideales y de un futuro claramente inviables...
   En suma, el Archivo Nacional de la RASD es la prueba documental de cómo diversas manifestaciones del Estado han roto la vida de los Hijos de las Nubes, de su cultura, y, sobre todo, de las posibilidades de desarrollo personal de cada uno de ellos. En la Región de Murcia estamos en vías de iniciar la digitalización de toda esta documentación, lo que nos permitirá traernos una copia completa a España, que colgaremos en la página web del Archivo Regional. Porque la historia de los Hijos de Las Nubes es parte de la Historia de España. Porque la salud moral de la humanidad exige que ciertas atrocidades no se olviden jamás. Porque Aixa siempre me miró a los ojos y habló sin pedirle permiso a ninguno de los hombres presentes. Porque Salekh es un archivero entusiasta, riguroso, cordial y simpático. Y porque Abdelkrim es mi amigo y el hombre más valiente que he conocido jamás


Imagen de los depósitos de agua de uno de los campamentos en Tindouf

Comentarios

  1. Precioso titulo.
    Agridulce historia.
    Fantástico final.
    Narrador lleno de sensibilidad (siento la duda).
    Envidia me da la experiencia.
    Envidia sentir ese cielo.

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  2. ¿Te refieres al mismo Felipe González que ha recibido el visto bueno de su sincero amigo Mohamed VI para construirse un modesto chalé de más de 2.000 metros cuadrados por el módico precio de 2 millones y medio de euros en primera línea de playa marroquí? (Se conoce que el ladrillo marroquí es biodegradable y, por consiguiente, allí no se precisa ley de costas).

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  3. La memoria, única justicia posible para ciertas posibilidades aplastadas. Magnífica historia y magnífico relato. Alfonso

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