Un laberinto shinto
El shinto es una religión ancestral que llena el Japón de costumbres oníricas, atonales y asincopadas, reflejos de un mundo pleno de divinidades amorales que se bañan en las aguas de los volcanes, se visten con el polen de las flores, cantan con la voz de las cigarras, traban amistad con los niños solitarios, se nutren de tus miedos, embarullan el tráfico en el cruce de Shibuya o te levantan las faldas, por el puro gusto de fastidiar. Vivir bajo el shinto pinta lo cotidiano de una imprevisibilidad muy propicia a la literatura, porque hay días en que comprendes la danza de las grullas; otros, en que los dioses te abrigan la garganta con la piel de tu enemigo; otros, en que un mal muerto atormenta el sueño de tu hijo más querido, y otros, en que te topas con un diosa que perfuma el sushi sobre el sexo de tu novia, y a ver a quién acudes. Nunca se llega a comprender del todo una religión polícroma, húmeda e ilógica, cuando has pasado la infancia a la sombra de un Dios obstinado y solitario, que recibe los recados en un monte abrasado por el sol y que se expresa en una zarza ardiendo; pero nada nos impide disfrutar del shinto, aunque sólo sea en su estética, que es sabia, fuerte, colorista, atrevida y veloz, casi repentina, como los dragones y las libélulas que forjaron las espadas de los primeros samuráis.
Una manera intensa y fácil de acercarse al shinto es la obra fílmica de Hayao Miyazaki. El viaje de Chihiro, por ejemplo, cuyo título original dice algo así como “La desaparición espiritual de Sen y Chihiro” dibuja la aventura de una niña que tiene que enfrentarse a una especie de bruja cabezona que convierte a sus padres en cerdos y obliga a la hija a servir en una casa de baños termales a la que acuden dioses expulsados de todos los altares. No se confundan con la carátula, porque el trazo se da un aire a Heidi, pero aquí no hay abuelitos dulces ni alegres pastorcillos, sino todo lo contrario.
Otra aproximación al shinto es la que nos permite la literatura de Haruki Murakami. No toda su literatura, en verdad; porque Murakami escribe en múltiples registros y nada (o poco) tiene que ver Tokyo Blues, que parece respirar la misma fantasía seca de las novelas de Paul Auster, con Kafka en la orilla, que contiene esa magia “natural” con que adornaba sus historias García Márquez; y aún más sorprendente resulta La biblioteca secreta, que es la obra que hoy les quiero recomendar, un relato puramente shinto que, como el cine de Miyazaki, a pesar de cobrar forma de relato infantil, resulta poco apto para los niños, y desde luego no está al alcance neuronal de los galligatos que gobiernan las escuelas, así que mucho ojo, que se la lían a nada que vean al niño con un libro como éste en la cartera.
En La biblioteca secreta, un muchacho se pierde en un laberinto situado en los sótanos de la biblioteca municipal. El laberinto, la biblioteca entera, es una trampa y una prisión asistida por una chiquilla a la que le cortaron las cuerdas vocales, y que en realidad es un kami (dios, o espíritu) dulce y propicio que habla al muchacho con el pensamiento y le consuela de su suerte a base de servirle delicias cocinadas a la francesa; también conocerá a un hombre oveja, que actúa de carcelero, pero que no disfruta de su oficio. Y se verá obligado a enfrentarse a un kami atroz, un viejo sanguinario que gobierna esa biblioteca de pesadilla, calma sus nervios azotando la cara del hombre oveja con una vara de fresno y obliga al muchacho a estudiar la fiscalidad del imperio otomano, a fin de nutrirse luego de sus sesos reblandecidos por la lectura.
La edición española (Libros del Zorro Rojo) de La biblioteca secreta cuenta con las ilustraciones de Kat Menschik que ilustran con acierto sus sabias advertencias: “El peligro de los laberintos radica en que, hasta que no avanzas un buen trecho, no sabes si has elegido o no el camino correcto. Y cuando llegas al final y te das cuenta de que te has equivocado, ya suele ser demasiado tarde”. Coño, que le cuenten esto mismo a los griegos de aquí a nada, y verán lo bien que entienden el shinto.
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