¿Liberales en la Antigua Grecia?

El mapa del mundo, según Herodoto

 El liberalismo es un tapiz conceptual que va mucho más allá de la formulación de una teoría económica o política. De hecho, se puede hablar de una cultura liberal, e incluso, por qué no, de un Espíritu Liberal, con mayúsculas hegelianas, entendiendo por tal Espíritu el despliegue histórico de una serie de figuras de la conciencia que han ido configurando un modo maduro, conceptualmente elaborado, de entender y expresar el valor insobornable de la dignidad humana individual, además de trazar pacientemente el mapa ético y político que nos permite orientarnos en nuestras relaciones mutuas y, muy en especial, con el poder. Así las cosas, es perfectamente natural que las primeras figuras de esa conciencia liberal aparecieran en la Antigua Grecia, que no sólo es la cuna de la Civilización en cuanto tal, sino muy especialmente el caldo de cultivo en el que se gestaron las primeras y excepcionales formas de gobierno democrático. Así las cosas, una de las primeras figuras de la conciencia liberal es, sin duda, Herodoto.
Relieve de Herodoto, en el carrée del Louvre
Son muchos, ciertamente, los pasajes brillantes, los aciertos narrativos y, en general, las sorpresas que aguardan al lector de Herodoto y sería imposible citarlos todos aquí. No obstante, nos podemos permitir el disfrute del pasaje en que Herodoto junta la lucidez y la sensibilidad suficiente como para dar cuenta del primer albor democrático de la historia de la humanidad. Lo encontramos en sus Historias, en el Libro III. 142:






“En Samos el poder estaba en poder de Maiandros, quien lo había recibido de Polícrates como regencia. Quiso Maiandros ser el más justo de los hombres, pero no lo logró. Cuando llegó la noticia de la muerte de Polícrates actuó del siguiente modo: en primer lugar, levantó un altar a Zeus Libertador, y delimitó a su alrededor un gran recinto. Acto seguido, convocó una asamblea de todos los ciudadanos y dijo así: «Tengo en mis manos, como vosotros sabéis, el cetro y todo el poder de Polícrates, y puedo ser vuestro soberano; pero lo que repruebo en otro no lo haré yo cuando esté a mi alcance, pues ni me agradaba Polícrates que mandaba sobre sus iguales, ni nadie que tal haga. Por fin, Polícrates cumplió su destino; y ahora yo deposito el cetro y el poder en el centro del círculo de la asamblea, y proclamo la isonomía.»”
Asistimos aquí a la primera noticia que tenemos del nacimiento de la democracia, que aquí aparece bajo la forma de la isonomía, que he dejado sin traducir, porque unos autores la vierten como “igualdad de normas”, mientras que otros más verbosos optan por “igualdad de derechos y deberes.” 
Llama la atención que Maiandros, por boca de Herodoto, no lamenta la falta de justicia (ni de inteligencia, ni de hombría, ni de honradez, ni de fuerza, ni de ninguna otra virtud ética) de Polícrates, sino el hecho mismo de que “mandara sobre sus iguales”, al margen de cómo ejerciera el mando en función de sus dotes naturales. No es Polícrates el injusto, sino que la injusticia se sitúa sobre el hecho de que impere sobre sus iguales. Habrá que esperar, al menos, hasta la Edad Moderna (hasta Hobbes, quizás) para que encontremos un juicio tan atinado y tan pertinente sobre la línea que separa la ética de la política.
A resultas de esa valoración ética, Maiandros renuncia al poder para depositarlo, no en el mejor de sus conciudadanos, ni siquiera en todos ellos, sino que lo deja “en el centro del círculo”, a igual alcance de todos e igual de lejos de cada uno. La democracia aparece aquí como una forma de gobierno que define en negativo la relación con el poder. No consiste en depositar el poder en manos del mejor de los ciudadanos, ni rotarlo por turnos entre todos ellos, ni en permitir que lo ejerzan todos a la vez. La democracia, en tanto que isonomía, surge cuando el poder no está en manos de nadie e igual de lejos de cada uno. Sólo así pueden los ciudadanos disfrutar de esa igualdad ante la ley.
            Hasta aquí, el momento positivo de la isonomía. Pero Heródoto no deja las cosas ahí.
“«Sólo os pido dos prerrogativas: que del tesoro de Polícrates se me reserven seis talentos. Además, reclamo para mí y para mis descendientes el sacerdocio de Zeus Libertador, ya que yo mismo le erigí el templo y os concedo la libertad.» Tales propuestas formuló Maiandros a los samios; pero uno de ellos se levantó y dijo: «Tú ni siquiera mereces ser nuestro soberano, según eres de mal nacido y despreciable. Mejor será que des cuenta del dinero que has manejado.»
El que así habló era uno de los ciudadanos principales, llamado Telesarco. Maiandros comprendió que si dejaba el mando, algún otro se constituiría como tirano en su lugar y ya no pensó en abandonarlo; se retiró a la ciudadela, llamó a los principales entre los ciudadanos so pretexto de aclarar las cuentas, los prendió y los metió en prisión.”
Papiro con texto de Herodoto
La isonomía, pues, degenera fácilmente en tiranía. El propio Maiandros, consciente en todo momento de sus propios intereses, enfría su primer impulso democratizador, se ve venir el desastre, teme que alguno de sus enemigos agarre el cetro que él ha soltado a favor de la isonomía y se vuelva contra él y opta por encerrarse en la ciudadela (lo que es una buena expresión del político que desoye el llamado de la ciudadanía), prende a aquellos enemigos políticos que le exigían que diera cuenta del origen de su fortuna y los encarcela. Ni Maiandros ni Herodoto llegaron a concebir un mecanismo político que vacunara la democracia contra la tiranía, pero ambos supieron del peligro de que esto ocurriera. La humanidad tuvo que esperar a John Locke (en el plano de las ideas filosóficas) y a los llamados Padres Fundadores de la Patria (en el terreno jurídico) para que la Constitución de los Estados Unidos de América se armara de cautelas, de mediaciones (en forma, principalmente de cámaras de representantes, de separación de poderes y de garantías constitucionales a nivel individual) que protegieran las libertades de cada ciudadano frente a cuantos, sin duda, intentarían pervertir la isonomía democrática hasta convertirla en un régimen tiránico. Pero la primera idea de lo que debía ser una democracia la encontramos ya en la obra de este gran viajero, así como el primer apunte crítico de los límites de esa misma democracia. Ambos momentos del logos de Heródoto (y esto es lo más destacable): el positivo hacia la isonomía y el negativo que nos advierte frente a la tiranía, siguen siendo plenamente vigentes para todos cuantos nos preocupa hoy día la consolidación y el progreso de las democracias en el mundo.

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