Diane y el Espíritu Dorado


Imagen de Diane Wei Liang tomada de http://www.eschborner-stadtmagazin.de


     Diane Wei Liang es una mujer inteligente e interesante; no hay más que verla. Su carrera literaria es un brote jugoso y vivaracho en mitad de esa especie de rastrojo que es la narrativa de la primera década del presente siglo, que ha arrancado como sin ganas de inventarse historias, salvando a Murakami, autor japonés que nos gusta mucho a todos..., menos a los japoneses, que lo acusan de escribir con la elegancia de un picapedrero; pero así es la vida, y se me está escapando el hilo de mi discurso, que lo tenía enhebrado en mi Diane. Digo “mi” para referirme a Diane, porque los murcianos me han enseñado a usar un posesivo de cariño que viene muy al caso. En efecto, cumplida la lectura de La casa del Espíritu Dorado resulta muy difícil no enamoriscarse de la detective que lo protagoniza, la corajuda señorita Mei Wang y, por inducción, de su creadora: mi Diane.
     La señorita Mei Wang es una investigadora privada a la que le encargan un caso que gira alrededor de los intereses que mueve un medicamento, el Espíritu Dorado, administrable en píldoras capaces de curar los corazones rotos, nada menos. Un negocio en el que conviven la medicina milenaria china con todos los estigmas de la ultramodernidad de un Pekín en el que el todopoderoso Partido Comunista  Chino prohíbe la actividad privada de los detectives, a la vez que emite circulares dirigidas a sus militantes (oficiales del ejército incluidos) en las que se les conmina a convertirse en millonarios a toda costa, y rápido, además. Las historias protagonizadas por Mei Wang (Siruela ya ha traducido El Ojo de Jade y Mariposas para los muertos, además de la que ahora nos ocupa) se desarrollan en un caldo de cultivo social en el que todo nace y se pudre a la velocidad del rayo, bajo la rígida supervisión de una ingeniería social emanada de un Partido que ha decidido organizar un Capitalismo de Estado que necesita de la corrupción para poder desarrollarse con eficacia: "Si el agua es demasiado clara, no atrapas ningún pez", sentenciaba Li Rougou, presidente del hermético Exim Bank, una especie de rígida red bancaria que trabaja para el Consejo de Estado Comunista y que publica una memoria anual tan "literaria" como para no incluir los datos sobre la cuantía ni los receptores de los créditos que concede.

     Esto último lo he sacado de La silenciosa conquista de China, de Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araujo, un libro excelente (en tanto que reportaje de investigación) que podría servir de breviario de todos aquellos que se regodean con el miedo que les produce el Gigante Amarillo; porque China amedrenta, y no sin motivo. He aquí algunos datos recogidos en el libro de estos periodistas españoles: La mitad de los productos agrícolas que se venden en Rusia son chinos. China es el primer socio comercial de Irán (35.300 millones de dólares), al que vende de todo, armas incluidas (es su principal proveedor). China es el primer socio comercial de África (129.000 millones de dólares), donde ha contribuido a la construcción de 2.000 kilómetros de ferrocarril, 3.000 kilómetros de carreteras y 160 escuelas y hospitales. China tiene previsto invertir 40.000 millones de dólares en el arrasado sector petrolero venezolano (PIB de Venezuela: 392.000 millones de dólares). China financia al 100% una presa en Ecuador que se prevé provea un tercio de las necesidades energéticas del país americano y cuyo coste se ha fijado en 1.000 millones de dólares Ocho empresas chinas controlan 295 minas peruanas. Hay 35 millones de chinos desperdigados por el mundo (el 18% del total de migrantes), pero sobre todo en Asia (28 millones), donde conforman minorías de enorme peso en países como Malasia (26% de la población) o Brunei (29%) o son directamente mayoritarios, como en Singapur (77%, y generan el 80% del PIB).

Yue Minjun's "Laughing Men"

     O sea, que sí, que China es tremenda en todos los sentidos. Pero no faltan dudas sobre su desarrollo. Ni quien sostenga con fundamento que ya está en medio de una crisis fatal (por más que desde aquí no lo parezca).
     En cualquier caso, y vuelvo a mi Diane Wei Liang, entiendo que, entre tanto se deciden por invadirnos o deshipotecarnos, nos cabe el deleite de leer estas magníficas novelas policiacas; aunque sólo sea porque constituyen una vía grata para conocer a ese Gigante Amarillo, fragante y pestoso; milenario e innovador; exquisito y chabacano; comunista y capitalista; contenido como Confucio y desaforado como un tigre hambriento; repulsivo, como los líderes comunistas, y espiritualmente hermoso, como mi Diane.

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