La mariposa de Chuang Tzu
Me presentaron a Chuang Tzu en la “Antología de la Literatura Fantástica”, publicada en 1965 por Bioy Casares, Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges. Allí se vierte el más famoso de sus textos, con esta economía:
“Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Chuang Tzu que había soñado que era una mariposa, o si era una mariposa que soñaba ser Chuang Tzu.”
Este texto llegó a mi biblioteca hace muchos años, cuando aún no era común el término “microrrelato”; de otro modo, habría sentido el “microplacer” erudito del que cree haber descubierto al inventor de un género. En su lugar, no pasé de pensar que había descubierto a una especie de Descartes o Pirrón en versión oriental, y me pareció muy lleno de gracia, como todo lo que me llega de la mano de Borges.
Años después me topé con un librito de Octavio Paz empeñado en traducir una buena parte de los 33 textos que se conservan del Maestro Chuang, lo que me brindó la ocasión de disfrutar del placer entero y verdadero del lector que descubre unos textos incalificables, sabios, misteriosos, sugerentes, plenos de paradojas perfumadas de poesía y enormemente evocadores:
“La vida del sabio no es sino un acuerdo con los movimientos del cielo; la muerte, una faceta de la ley universal del cambio. Si descansa, comparte los ocultos poderes del Yin; si trabaja, se mece en el oleaje del Yang. No busca ganancias y es invulnerable a las pérdidas; responde sólo si le preguntan; se mueve, si lo empujan. Olvida el saber de los libros y los artificios de los filósofos y obedece al ritmo de la naturaleza. Su vida es una barca que conducen aguas indiferentes y límpidas, sin nada extraño que las obscurezca; aguas tranquilas y libres, sin nada que las agite; pero si algo las obstruye, dejan de fluir, se encrespan y pierden su transparencia. Como el agua es el hombre y sus poderes naturales, y su muerte, un reposo sin orillas.”
Chuang Tzu vivió a mediados del siglo IV antes de Cristo, durante el llamado “Periodo de los Cien Reinos”, una época políticamente convulsa en China que, sin embargo (o tal vez en su virtud) resultó intelectualmente muy fecunda. La ética de Confucio regía por entonces (y aún hoy, en buena medida) la vida política , social y familiar el pueblo Chino. La potencia intelectual de Confucio es innegable y tengo para mí que explica el por qué China ocupa el lugar que ocupa en la historia y en la economía actual, muy a pesar de los gobiernos tan deleznablemente tiránicos que viene padeciendo desde siempre. Pero, si Confucio resulta impecable desde el punto de vista de lo políticamente correcto (desde el punto de vista chino), Chuang Tzu resulta ser un iluminado, un inspirado, un espíritu fuerte y libre, “un contraveneno”, en palabras de Octavio Paz. Su empeño en alejarse de la Gran Metafísica budista, para centrarse en el conocimiento natural del hombre; su capacidad de impregnar de poesía cada uno de sus pensamientos; su escepticismo suave; esa maestría a la hora de iluminar el conocimiento a través de metáforas sencillas (el agua clara, la roca que la contiene, la madera sin tallar); y, sobre todo, esa idea del sabio, según la cual ha de orientar su vida de modo tal que su rostro se convierta en el rostro de todos, de cada uno de los hombres libres... Todo en Chuang Tzu resulta delicado, intemporal y tamizado por un sentido común que lo aproxima felizmente a eso que damos en llamar la cultura liberal.
Tal vez parezca exagerado decir que el maestro Chuang fuese un precedente de Locke; pero vean lo que dice de la pretensión de organizar desde el Estado la educación moral:
“Lo único que no debemos hacer es entrometernos con el corazón de los hombres. El hombre es como una fuente; si la tocas, se enturbia; si pretendes inmovilizarla, su chorro será más alto… Un caballo salvaje que nadie doma: eso es el hombre. El primer entrometido fue el Emperador Amarillo, que enseñó la virtud y la benevolencia. Los sabios Yao y Shun trabajaron para el emperador hasta perder los pelos de las canillas, se rompieron el alma con incesantes actos de bondad y justicia; se exprimieron los sesos para redactar innumerables proclamas y leyes. Nada de esto mejoró a la gente.[…] De ahí en adelante, el satisfecho desconfió del descontento, y a la inversa. El inteligente menospreció al tonto, y a la inversa; los charlatanes y los hombres honrados intercambiaron injurias y amenazas. La decadencia se hizo universal […] Todo tuvo que ser cortado y aserrado conforme a un modelo fijo, dividido donde la línea de tinta lo señalaba, triturado a golpe de cincel y martillo, hasta que el mundo entero se convirtió en incontables fragmentos. Caos y confusión ¡Y todo esto sucedió por inmiscuirnos en el alma de los hombres!”
Leído esto, no me cabe ninguna duda de que, llegada la ocasión, Chuang Tzu no se limitaría a cambiar los programas de Educación para la Ciudadanía, sino que la sacaría de las escuelas entera, de raíz, tal y como se arrancan las malas hierbas. Y dejaría sitio para la ciencia y la poesía, que, juntas, permiten que los zagales sueñen con mariposas. Y, sobre todo, le ahorrarían a los profesores la pérdida de los pelos de las canillas en un empeño tan sin fuste, tan sin sentido, tan podrido ya, que por nadie pase.