El año del oro


     El Templo del Agua Cristalina, Kiyomizu-Dera en japonés, nombra un conjunto monumental formado por santuarios que evocan la eternidad, jardines de musgo y de tierra, puentes tenues, imágenes que muestran lo que no podemos decir, pabellones nítidos que invitan a vaciar la mente, fuentes cuajadas de loto, bosques, cementerios serenos, regatos, cascadas…

Pabellón principal, Kiyomizu-Dera-Otowasan en agosto. La foto es mía, y ahora vuestra



     Situado en una de las colinas de Kyoto, su belleza insólita justificó que fuera propuesto por una importante institución cultural suiza, la New Open World Foundation, para encabezar la Nueva Lista de las Siete Maravillas del Mundo. El templo principal, Kiyomizu-Dera-Otowasan, fue fundado en el 778 de nuestra era, que corresponde con el inicio del periodo Heian de la historia del Japón; aunque, realmente, la mayoría de los materiales (principalmente madera de cipreses centenarios) que vemos ahora son fruto de una reforma que tuvo lugar en 1633, bastante respetuosa con el original, en cualquier caso.
     Kiyomizu-Dera es un santuario vivo, visitado diariamente por innumerables japoneses que acuden allí a extasiarse con aquella belleza que te salta las lágrimas, y, naturalmente, habitado por monjes cuya vida ha variado bien poco desde su fundación.
     Los especialistas en budismo distinguen diversos modos de aproximarse a esta religión sin doctrina; la que aquí se practica y custodia (a través de la conservación de buena parte de sus textos fundacionales) lleva por nombre “Budismo Hosso” y su rasgo principal es su facilidad para sincretizar con el Shinto, así como su inclinación por la práctica de la actividad mental abstracta: “sólo el pensamiento es real”, escribió en 653 Dosho, el fundador de este matiz del budismo. De ahí que, entre los monjes que habiten en este recinto haya buenos matemáticos, excelentes maestros de Go, físicos teóricos, y, desde luego, filósofos capaces y resueltos a vivir sin oponer la menor resistencia al caudal de sus reflexiones.

Uno de los pabellones de Kiyomizu-Dera. La foto es mía, también

     Vecina a este templo, y muy posiblemente influida por el aura de intensidad intelectual que emana de sus sombras, fija su sede una especie de sociedad caligráfica japonesa que se dedica al estudio y promoción mundial de este Arte Mayor, que fue calificado por los primeros jesuitas que llegaron al Japón como “la escritura del propio diablo”. Cada año, los sabios que dirigen esta venerable institución convocan a los japoneses a una votación en la que les proponen elegir el kanji, el ideograma, que ha marcado el espíritu del año vencido. En 2011, por ejemplo, los japoneses que acudieron a esta elección optaron por “Kizuna”, un kanji que simboliza la unión, debido posiblemente a los vínculos empáticos, patrióticos, caritativos y cooperativos que se desplegaron a raíz del tsunami que arrasó Fukushima.
     Este año 2012 los japoneses han votado mayoritariamente por “Kin”, el kanji que representa el oro. Los monjes de Kiyomizu-Dera cuelgan cada año en un panel el ideograma elegido y se encargan de explicar al mundo el sentido de la elección. Este año 2012 nos dicen que los japoneses han elegido el oro, Kin, porque el Japón entero se ha empapado del espíritu competitivo de la olimpiada celebrada en Londres, donde han obtenido un buen montón de medallas de oro; y también porque, imbuidos de la Kizuna del año anterior, han sabido recuperarse económicamente de la debacle que supuso los desastres naturales de marzo de 2011; y porque los tokyotas han visto culminada la Tokyo Skytree; y para celebrar que el doctor Yamanaka Shinya, profesor investigador en la Universidad de Kyoto, ha obtenido el Premio Nobel de Medicina, y, en general, para recordar a toda la nación la necesidad de seguir orientando en el futuro todas las instituciones educativas hacia la obtención del oro de la máxima excelencia académica.
Imagen de un monje que acaba de
escribir el kanji del año: "Kin"

     Ciertamente, resulta balsámico contemplar a unos monjes budistas ensalzar los ideales éticos que subyacen a todas estas acciones, tan poco “espirituales” en un sentido convencional y occidental del término. Y, desde luego, a cualquier español se nos podrían alargar los dientes de envidia melancólica de contemplar un país que celebra la unión indisoluble de la nación; así como la riqueza derivada de la industriosidad, la competitividad y la excelencia educativa. Por no hablar de las lágrimas de sangre que se nos deberían saltar a poco que nos diéramos cuenta de que, en los próximos 50 años, tirando por lo bajo, las probabilidades de que un programa investigador desarrollado en alguna de nuestras celestiales universidades españolas obtenga un Premio Nobel es, estrictamente, igual a cero; lo cual, por otra parte, no parece preocupar a la comunidad educativa española, cuyos esfuerzos se dedican a repartir equitativamente la piojera de un fracaso escolar y una mediocridad intelectual que ya alcanza por igual a todo tipo de escuela, instituto o universidad patria; y que está perfectamente medida y comprobada por evaluaciones nacionales e internacionales, que por nadie pasen (PISA, PIRLS, TIMSS, et alia), y que no sirven sustantivamente más que para ponernos en vergüenza ante eso que antes se llamaba pomposamente "El Concierto de las Naciones".
     Eso sí, contamos con la certeza cognitiva y moral de que el próximo año España podrá seguir disfrutando de la liga de fútbol más cara, más vociferada y mejor jugada de todo el mundo mundial. Eso y los Sanfermines, claro. Algo es algo. Y nosotros que lo veamos.

Feliz 2013 a todos.

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