El precio de la guerra
La Ilíada desarrolla su acción en
el décimo año de la Guerra de Troya y, a poco de arrancar, la epopeya añora los
días en que los guerreros respetaban ciertas normas que revestían a la guerra
de una cierta limpieza ética. Homero recoge en su canto las noticias de cuando
aqueos y troyanos tomaban y rescataban prisioneros; trataban con decoro los cadáveres
de los enemigos, y respetaban las vidas de las mujeres y los niños. Pero al comienzo
del Canto VI Menelao se apiada de un enemigo vencido y se dispone a hacerlo
prisionero, con respeto a la piedad consagrada por la costumbre; y su hermano
Agamenón lo reconviene con unas palabras que llevan siglos resonando destempladas
y sucias en la conciencia de la Civilización: “Menelao, blandengue, ¿por qué te
apiadas de los troyanos? ¿Acaso obraron con limpieza o con medida
cuando los alojaste en tu casa? ¡Que no escape ninguno de la penosa muerte, ni siquiera
los niños, ni aquéllos que aún están en el vientre de sus madres! ¡Que no haya
cuartel ni piedad para ninguno! ¡Qué todos los
troyanos mueran de muerte horrible, por nuestras manos, sin dejar memoria, ni túmulo,
ni rastro alguno!”
Las guerras, incluso las más dignas
de ser cantadas, se cobran un precio en impureza, en sangre inocente y en
barbarie desatada, siempre. No concibo guerra más justa y más necesaria que la
que la Civilización libró contra la barbarie nazi, y no por ello se puede dejar
de reconocer la atrocidad ética de los bombardeos aliados de Dresde, o de
Hamburgo, o la saña con que el Ejército Rojo violaba a cuanta mujer alemana
caía en sus manos en su avance hacia Berlín.
De entonces acá, la Civilización ha
desarrollado una altísima sensibilidad frente a las atrocidades que enfangan la
retaguardia ética de todas las batallas y eso es algo que hemos de agradecer al
cine, que es quien mejor canta las guerras de nuestros días, y a esos
reporteros valientes que alicatan los telediarios con las caritas de los niños
muertos. Gracias a eso, nuestros ejércitos despliegan métodos sumamente
eficaces para eliminar a los enemigos con el mínimo riesgo para nuestros
efectivos y la menor incidencia posible sobre la población civil que convive
con el enemigo. Tan es así, que nuestras guerras socialdemócratas, con sus
drones, sus pantallitas y su canesú, parecen aspirar a compartir procedimientos
con la medicina homeopática mientras sueñan con convertir los tanques en
atracciones blindadas para las oenegés que administran la misericordia colectiva,
por más que más tarde o más temprano la realidad impone el uso de una
artillería contra cuyos efectos devastadores de poco sirven la buena voluntad y
santa intención de los psicopadagogos sin fronteras.
Espías
desde el cielo es una película británica que rueda las batallas políticas,
jurídicas y éticas que tienen lugar detrás del joystick desde el que se manejan
las nuevas bombas postmodernas. Dirigida por el sudafricano Gavin Hood el
magnífico guión de Guy Hibbert plantea un thriller
complejo, valiente y cabal en lo que atañe a sus planteamientos éticos; y,
desde luego, muy bien resuelto en lo que toca a la tensión narrativa que se le
exige al género. La película entra de lleno en el núcleo duro del debate moral,
que es el del utilitarismo: ¿qué hacer cuando la realidad nos fuerza a elegir
entre matar a una niña o permitir que mueran muchas niñas? La pregunta (la
ética, la guerra, la vida…) es tan jodida que la película narra precisamente el
trajín con que semejante ascua al rojo vivo pasa de unas manos a otras sin que
nadie parezca querer tomar una decisión ni la contraria. Los actores son
británicos en su mayor parte, gente formada en los dramas de Shakespeare y a
quienes les basta mover media ceja para enamorar a la cámara y calentarte el
corazón, como Hellen Mirren o Allan Rikman, cuyo reciente fallecimiento nos ha
dejado sin una de las voces más cálidas y cautivadoras de la escena europea.
Homero supo cerrar su poema con tal arte que nos dejó la impresión de que los dioses nos enviaban las guerras para que los hombres tuviesen ocasión de obrar gestas dignas de ser cantadas. Espías desde el cielo es también un canto a todos cuantos se esfuerzan para que el mal no traspase nuestras puertas, y rinde homenaje a esos buenos militares que cargan con el peso de sus cadáveres y llevan grabado en su alma el altísimo precio que se cobran las guerras.
Homero supo cerrar su poema con tal arte que nos dejó la impresión de que los dioses nos enviaban las guerras para que los hombres tuviesen ocasión de obrar gestas dignas de ser cantadas. Espías desde el cielo es también un canto a todos cuantos se esfuerzan para que el mal no traspase nuestras puertas, y rinde homenaje a esos buenos militares que cargan con el peso de sus cadáveres y llevan grabado en su alma el altísimo precio que se cobran las guerras.
Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el día 28 de mayo de 2016