Una estaca en el corazón
Bram Stoker (1847
- 1912) fue uno de tantos escritores que, a lo largo del siglo XIX, transitaron
por el llamado género “gótico”. Amante de la noche, el teatro, el sudor de las
putas, las turbadoras ensoñaciones del láudano..., Stoker fue, por encima de
todo, un hombre de letras. Lector ávido y escritor imaginativo, desborda
talento e imaginación en toda su carrera literaria, por más que su Drácula destaque muy por encima del resto de su
producción, hasta el punto que, sin ser ni mucho menos la primera narración
protagonizada por un vampiro, la obra de Stoker ha sabido erigirse en el
paradigma de uno de los mitos más potentes que amueblan la mente de la
humanidad desde el principio de los tiempos hasta hoy mismo.
Nunca es fácil saber
qué es lo que convierte una obra
literaria en un clásico universal. Una
regla que debe respetar todo novelista es dotarse de un protagonista capaz de
suscitar la simpatía del lector. Leer una novela es compartir la vida con sus
personajes, tarea imposible cuando el protagonista es un perfecto estúpido, o un ser perverso. Pasarse más de
doscientas páginas bajo la sombra ominosa de un vampiro como el conde
Drácula parece una tarea insufrible para cualquier lector con un mínimo de sensibilidad: “La boca tenía una expresión cruel; los dientes, de
reluciente blancura, eran extraordinariamente puntiagudos y sobresalían de los
labios, cuyo color rojo escarlata denotaba una perturbadora vitalidad en un
hombre de su edad. [...] Comprobé que
sus manos eran muy groseras, anchas, con dedos cortos y gruesos. En cambio, las
uñas eran largas, fuertes y acabadas en punta. Y, por muy extraño que parezca,
el centro de las palmas estaba cubierto de vello. [...] Una vez que el conde se
inclinó hacia mí, no pude evitar un estremecimiento. Tal vez fuese su mal
aliento, no lo sé, pero lo cierto
es que mi estómago se revolvió, y
no lo pude disimular.” Y si físicamente resulta vomitivo, moralmente es un ser
literalmente demoníaco, capaz de alimentar a sus concubinas con la sangre de
los niños que arrebata a sus siervas, y de arrojar a éstas a los lobos que rodean su castillo, una fortaleza
ominosa y maldita que resulta la morada perfecta para un ser que políticamente
también nos resulta infumable. El conde Drácula
no es que represente al Ancien Régime, es que tiene el cuajo político de
declararse heredero directo de Atila y defiende ante el pobre Harker todos los
valores salvajes de la aristocracia guerrera que asolaba el Este de Europa a
sangre y fuego en la Alta Edad Media. No parece humanamente posible, en suma,
establecer ningún vínculo moral, ni
personal, ni físico, ni histórico con el conde Drácula.
No parece posible… y
sin embargo el lector siente que, poco a poco, línea a línea, se va dejando
seducir por un personaje que embelesa y domina a las ratas y a los lobos, a los
gitanos que le sirven, a las muchachas que vampiriza, a la propia Mina (una
maestra encantadora y llena de sentido común)... Drácula no entra en ninguna
habitación sin pedir permiso, ni sube a ningún lecho sin contar con el
explícito consentimiento de su dueña. El conde Drácula es un seductor
implacable que no perdona ni a los lectores de sus aventuras. Del vampiro de
Stoker nos atrae su biblioteca, su alucinado y espantoso viaje de Transilvania
a Londres (lean una y otra vez esta parte, por favor), su porte, sus artes
mágicas, las batallas que libró contra los turcos, su fuerza imbatible, su
dominio de la noche, el cuello blanco de las señoritas a las que arrastra a una
muerte lánguida, que es antesala de un infierno... Pero, con todo, eso no
basta.
Johann Heinrich-Füssli. La pesadilla |
En efecto, el amor,
ay, es la llave maestra con la que Drácula penetra en lo más íntimo de nuestros
corazones para instalarse allí definitivamente. El viejo conde es un monstruo
frágil para quien el recuerdo de una mujer es una estaca que atraviesa su
corazón a través de los mares y los siglos. Drácula es un mal bicho, pero
también un alma herida y un espejo aterradoramente fiel en el que vemos
retratados los rincones más oscuros, enfermos y enigmáticos de nuestro
espíritu. Por eso la obra de Stoker es una de las novelas más inteligentes,
amenas, intensas, complejas y sutiles que se han escrito jamás. Por eso les
invito a que la lean, a que la hagan suya, y a que abran sus sentidos a los
estremecedores placeres de lo terrible.
Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el día 21 de mayo de 2016