Nada peor que la vida misma

    Si se asoman a una tienda de tebeos encontrarán muchas novedades cuyos autores exprimen la creatividad de su caspa ideológica. Y así, se toparán con portadas en las que la tinta se vierte sobre la guerra civil española, la de la memoria histórica, con sus falangistas pajilleros; sus milicianas que son santas laicas, a fuer de librefolladoras, y sus huérfanos de la República obligados a comerse sus propios vómitos en los orfanatos franquistas, que por nadie pasen. Es más, puestos en plan ético-pedagógico, muchos de esos tebeos se confiesan en sus portadas como obras comprometidas con “la educación en valores”… Esto último ya me mata. A mí me citan la educación en valores y doy gracias a Dios por no no tener a mano un arma automática. Créanme, conozco el paño y al lado de los inventores (psicopedagogos catalanes nacionalistas y socialistas todos y cada uno de ellos) de la educación en valores, César Borgia resulta un mejorador de la humanidad, y espero no haberme quedado solo después de soltar semejante verdad desnuda, aunque si así fuera, me chupa un pie. 



    En la confianza de no habitar un Universo unipersonal, pues, me voy a atrever a recomendarles un cómic ajeno a toda moralina. Se trata de El asesino de Green River, una novela gráfica que narra con crudeza el curso de una investigación que se llevó a cabo en los EEUU, en el año 2003, cuando la policía atrapó a un asesino múltiple particularmente repugnante. El dibujo es seco, duro, y huye del efectismo, porque la realidad no hay quien la empeore. El autor del guión, Jeff Jensen, es el hijo del policía que dirigió los interrogatorios y sorprende con su forma de narrar; nada que ver con lo que uno se espera de la historia de la caza (policial y judicial) de un hombre bestial. Sobre todo después de las diez primeras páginas, que pueden ser las más escalofriantes que vayan a leer jamás. Jensen se centra en el investigador y pone de relieve, sin explicarse ni proponérselo, el profundo conflicto moral que subyace en el trabajo de la policía. Los investigadores (el Estado) tienen la obligación de reunir las pruebas que incriminen al asesino desde el más absoluto respeto a sus garantías procesales; esto último, porque es lo que nos permite a todos vivir en un Estado de Derecho. Pero sin olvidar nunca que la función de la policía y de las cortes de justicia es retirar a los criminales de la circulación, desde el compromiso profesional de ser los encargados por la sociedad de gestionar eficaz, racional y democráticamente el derecho a la reparación, esto es, a la venganza, que tienen las víctimas. Tom Jensen, el investigador que tuvo a cargo este trabajo, visitó una y otra vez a las madres, hermanas, hijos, etc. de las víctimas del Asesino de Green River, para encontrar en su dolor la fuerza moral que le acompañó en una investigación enquistada que se mantuvo abierta durante varias décadas, y que embozó la vida profesional y familiar de este tenaz guardián del orden público. Esta novela gráfica, sin tener más pretensión que la de contar una historia áspera y afilada, nos pone ante los ojos un principio ético que constituye uno de los cimientos más olvidados de nuestra convivencia: que el Estado asume el monopolio de la violencia para, entre otras cosas, garantizar que las víctimas tendrán su reparación, su venganza, insisto, una pasión siniestra, universal y natural a la que las víctimas tienen perfecto derecho. Ahora contrasten esto con lo que estamos viviendo con los presos etarras y entenderán por qué me ha impresionado tanto este tebeo.

     Tengo claro que en España la izquierda sociológica (que equivale al ochenta por ciento de la opinión pública y, sobre todo, publicada) es incapaz de tener en cuenta esta deuda moral que adquiere la sociedad con las víctimas de los asesinos. Tengo claro, también, que el mercado no perdona a quienes ofenden a esa izquierda sociológica. Así pues, si hay entre ustedes algún guionista de tebeos que pretenda vivir de su arte, le recomiendo que no abandone la vía catalana de la educación en valores, y puestos a ello, que cargue contra la clase política. A los políticos, especialmente a los de derechas, se les puede decir de todo en cualquier sitio. Es el único gremio injuriable en su conjunto y sin matiz, porque no se defienden jamás. La política es un oficio de eunucos, gente dócil educada por los partidos en el silencio de los corderos, así que bien se puede arremeter contra ellos en los tebeos, en las pintadas de los retretes, en la prensa escrita, en Radio Nacional de España y hasta en la mismísimas puertas de sus casas y delante de sus hijos. Esto último lo ha dejado sentenciado una juez, la señora Valldecabres, de cuya gracia no soy responsable, por más que me hubiera encantado ser el autor de la justicia poética que armoniza el apellido de la magistrada con las sentencias que dicta desde su sala; pero es que, como les decía más arriba, no hay nada peor que la vida misma.

Este artículo ha sido publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el 27 de febrero de 2014

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