Japón enamorado
La cultura japonesa funde la cronología histórica con el tiempo del mito, y por eso sus relatos no fueron una vez, hace mucho tiempo…, sino que se abren en un tiempo preciso y sobre una geografía concreta, donde dioses, animales, fantasmas, guerreros y dragones viven aventuras que descifran el lenguaje de las estrellas; guardan la historia del Imperio más antiguo del mundo; ensalzan las virtudes de las grullas; cantan los amores de las libélulas; forjan el temple de las espadas, y alzan la arquitectura que cobija nuestras virtudes y emociones.
Sabemos, por ejemplo, que en el Palacio Imperial de Saiku, en la región de Mie, hace 2022 años, el Emperador Suinin ordenó a la princesa Yamatohime que buscara un emplazamiento propicio para construir un templo a la diosa Amaterasu, que es el Sol y la Madre del Primer Emperador.
Imagen de las rocas, en Meoto Iwa |
Yamatohime obedeció a su padre y se encaminó a la costa, porque amaba los olores del mar, y allí divisó dos rocas en el horizonte que surgían del agua como si fueran los hombros de un Dios. Yamatohime se sintió sobrecogida por la belleza del paraje; de modo que se sentó a la sombra de un arce cuyas hojas otoñaban en un rojo brillante y terso, como el fragante licor de sorgo, y dirigió su meditación hacia la belleza del paisaje, cuyos colores cambiantes le recordaban los reflejos en el manto de su antepasada la diosa Amateratsu. Por fin, un viejo monje se sentó a su lado, quebró la línea de su atención y le explicó el sentido y el origen de las rocas: en realidad, no se trataba de dos piedras sin más; ni tan siquiera de los hombros de un Dios, sino que eran los dioses Izanagi e Izanami, dos descendientes de Amateratsu que se habían amado con tanto ardor, piel con piel, que de su fuego habían surgido las islas del Japón, y las grullas que danzan en los lagos de Hokkaido, y las aguas que brotan hirviendo en las faldas del Monte Fuji, y las mariposas que llevan al cielo las almas de los niños. Tanto se estrechaban Izanagi e Izanami, que el olor del sudor de sus cuerpos llenó el firmamento y despertó la envidia de los dioses que gobiernan los celos. Fueron ellos quienes transformaron a los amantes en piedras y los pusieron el uno junto al otro; cerca, sí, pero sin contacto, sin respirarse, en una tensión permanente y no resuelta, que convertía el deseo en un tormento eterno.
La historia de los amantes, su ansia de respirarse, la dureza de la piedra, la ferocidad del Celo, la belleza del paraje…, todo ello conmovió a Yamatohime, quien decidió erigir el templo a Amateratsu allí mismo, en Ise, a la vista de esas rocas que eran dioses.
Y allí se alza el templo, junto a las rocas que permanecieron intactas durante setecientos años, hasta que los monjes invocaron a la Diosa Madre, se asomaron al Espejo del Emperador, desafiaron a los Dioses de la Venganza y rompieron el castigo, uniendo a las rocas Izanagi e Izanami mediante una cuerda musubi hecha con paja de arroz. "Musubi" significa "amarse" y "casarse", pero también “cuerda” y “atar” o “enlazar”. Una familia semántica que resulta bastante natural, y por eso son muchas las lenguas que permiten hablar de los lazos del amor.
Así pues, los monjes confeccionaron una cuerda enorme con paja de arroz y enlazaron con ella las dos rocas. En la cima de la roca más grande, que representa a Izanagi pusieron una pequeña puerta torii de madera, una construcción muy característica de la arquitectura religiosa japonesa, que está pensada para que sobre ella se posen los pájaros (“torii”) que con su canto nos indican a los hombres que estamos en un santuario, un lugar sagrado donde conversar con los dioses y con los antepasados. El conjunto pasó a ser conocido como Meoto Iwa que es un sintagma que recoge el significado de “marido”, “mujer”, y “roca”. Desde entonces, Izanagi e Izanami quedaron enlazados para siempre, y el lugar se venera en Japón como un templo donde se celebra el Amor, claro; pero también el valor de unos monjes que desafían el rencor de los dioses y renuevan la cuerda año tras año, trenzando la paja fresca con parte de la paja vieja; porque el amor aspira a ser eterno, y para ello ha de ser antiguo y nuevo, húmedo y seco; indestructible, flexible y tierno, a la vez.
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