La Guerra Justa

     Lo rancio ha estado siempre muy mal visto, como es natural, pero es mejor ser rancio que moderno, porque la modernidad es muy esforzada, mientras que los rancios nos dejamos caer por la cuesta del tiempo, e incluso nos podemos permitir la paradoja de estar a la última sin abandonar las delicias de la ranciedumbre, verbigracia: un rancio a la última no come en restaurantes donde la comida sea “divertida”; ni lee a Foucault; ni se siente obligado a twitear cada mañana sobre la consistencia de sus heces; ni viste bermudas ridículas; ni se esfuerza en ser tolerante, ni equidistante (¿habrá algo más tonto?); ni se calza una gorra como si fuese su segunda piel. Eso por la vía negativa. Por la positiva, los rancios de hoy en día nos quitamos el sombrero cuando estamos a cubierto o en presencia de las damas; reímos en público, como cualquier hortera; comemos lo que nuestras abuelas considerarían comestible, y aprovechamos el tiempo que nos deja libre el no tener que leer un no-libro deconstruíble para dedicarlo a Suetonio, a Kipling y a los moralistas franceses, lo cual, si bien se mira, resulta más sustancioso y desde luego más entretenido que leer a Coetzee; pero te deja muy fuera de la horda cool.
     Un servidor, por ejemplo, se leyó hace unos cuantos años la Anatomía de la Melancolía de Robert Burton (1577 – 1640), más de mil trescientas cuartillas de rancia y divina erudición y, desde entonces, cada vez que oigo la palabra “psicólogo” o “politólogo”, me da la risa, y así no hay manera de que me instale en el siglo. Otro tanto me pasa con Las mil y una noches, que, una vez leídas, ya no me gusta ningún cuento, salvo los de Borges, y estoy por crear un partido político al único efecto de incluir la narrativa breve en el código penal, a ver si así se anima el género, aunque sólo sea por joder.
     Santo Tomás de Aquino es otra de esas lecturas que te permiten aparecer en cualquier reunión como si fueses el cobrador del Santo Entierro. Dice Santo Tomás, por ejemplo, que las potencias del alma son tres: memoria, entendimiento y voluntad; con éstas, miro a los muchachos de labio caído que titulan en la ESO bilingüe, y me meo.
Comentario de Santo Tomás a Sobre la generación y corrupción de Aristóteles

     Y Santo Tomás no para ahí. El otro día me metí al cine a ver Suite Francesa, una película estupenda cuya acción transcurre en un pueblecito francés ocupado por los nazis, y me dio por preguntarme por el éxito que tienen todas las historias ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, no fuere a ser que el público escondiese en su “almario” colectivo algún ramalazo de las Waffen SS, tipo invadir Polonia, o mejorar la raza, o algo en este plan; y fue Santo Tomás quien me vino a traer la paz. A lo largo de toda la Edad Media los teólogos católicos se vieron en la necesidad de conciliar el archipacifismo evangélico que perdona hasta a los enemigos, con unas guerras imprescindibles para el sostenimiento de los principados de la Santa Madre Iglesia. Y nadie sabía cómo ponerle el cascabel a semejante gato hasta que llegó Santo Tomás y lo clavó: una guerra es justa, sentencia el Aquinate, si cumple con lo siguiente: el príncipe bajo cuyo mandato se declara la guerra ha de disponer de la auctoritas que le confiere la justicia; su intención, además, ha de ser recta y encaminada a hacer el bien y eliminar el mal, y la acción bélica ha de castigar la injuria, reparar el atropello, defender la verdad o restituir lo injustamente robado. Así las cosas, los humanos todos, incluidos los alemanes y los japoneses, sabemos que la campaña de los aliados en la Segunda Guerra Mundial fue una causa justa de principio a fin. Y es por eso, pienso, por lo que disfrutamos tanto del cine que reproduce la batalla del Pacífico, o la ofensiva de las Ardenas, o la liberación de París.
     Con una excepción: Sonrisas y Lágrimas, la única película jamás rodada en la que cualquier persona bien nacida pone su alma en que los nazis ganen la partida, fusilen a la familia Trapp, y acaben de una puta vez con tanto gorgorito tirolés, tanto niño rubio y tanta mariconada austrohúngara; pero quizás esto sea un defecto de mi espíritu, y no debería afectar en lo más mínimo a la valoración que ustedes hagan de la filosofía tomista en su conjunto.

Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el 16 de mayo de 2015

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