Días Terribles
En el calendario
judío, el Rosh Hashaná conmemora la
Creación de Adán con una palabra vertida sobre el polvo y se celebra siempre por
estas fechas, entre septiembre y octubre, alrededor de una mesa llena de panes que
son trenzas esponjosas, manzanas, dátiles, remolachas y miel, para que el año nazca
rodeado de dulzura. Pasados
diez días, se celebra el Yom Kippur,
el Día del Perdón, o de la Expiación. Las jornadas que separan el Rosh Hashaná del Yom Kippur
son los llamados Días Terribles, porque es el tiempo en que el Dios escribe en
los Tres Libros del Destino: en el primero se grabarán los nombres de los
Justos, quienes quedan allí inscritos y sellados para la Vida. En el segundo se registran los nombres
de los perversos, que quedan inscritos y sellados para la Muerte. En el tercero
se inscriben los nombres de la mayoría de nosotros, que habremos de aguardar al
Yom Kippur, pues somos seres
imperfectos, que procuramos, en general, el Bien; pero terminamos ofendiendo a
Dios y a los hombres; y sentimos el arrepentimiento, pero debemos ganarnos el
perdón. Durante estos Días Terribles los hombres miran dentro de sí, examinan
sus culpas, buscan a quienes ofendieron y negocian con ellos su perdón. A diferencia
de los cristianos, los judíos piensan que la culpa y el perdón son asuntos que
se ventilan entre el ofendido y el ofensor, y por eso Dios sólo puede perdonar los
pecados cometidos contra Él. Para llegar limpios al Yom Kippur hemos de quebrarnos ante quienes habíamos quebrado;
debemos humillarnos frente a quienes habíamos humillado, y tenemos que
restituir cuanto habíamos arrebatado, pues sólo así los hombres perdonan a los
hombres. Y por fin llega el Día de la Expiación, y el viento vibra con los cien
toques del shofar, el cuerno de
carnero, o de gacela, que invita al arrepentimiento, recuerda el lamento de las
madres y convoca al pueblo para que celebre y preserve su libertad; y los
judíos se reúnen en la sinagoga y entonan el Kal Nidré, una hermosa y enigmática plegaria que ha dado pie a algunas
de las páginas musicales más hondas de Max Bruch, Arnold Schönberg o John Zorn.
![]() |
Mauricio Gootlieb. Judíos celebrando el Yom Kippur en una Sinagoga. Fuente |
Las fiestas religiosas reúnen
(religan) a los individuos en torno a unos ritos externos y unas
manifestaciones culturales (el sonido del shofar,
el canto del Kal Nidré, los dátiles…)
con el fin de reafirmar unos sentimientos y unas virtudes esenciales para la
preservación de la comunidad e incluso fundamentales para el crecimiento moral
de cada individuo, siempre y cuando se trate de una religión teológicamente
adulta que no le dé por rebanarle el clítoris a las vecinas. Me gusta que el
otoño se inicie con estos Días Terribles en que purgamos nuestras culpas y
retomamos el Camino de la Justicia, siquiera sea porque cada inicio de curso
necesito que alguien me perdone el haber incumplido los buenos propósitos con
los que me comprometí el curso anterior. También me gusta que el invierno se
abra con una Navidad que reúne a los amigos y a las familias, para comer de
lujo, intercambiar regalos, encabronar a los cuñados y celebrar la inocencia y
la infancia, a los niños que son y a los niños que fuimos. Me embelesa que los
veranos levanten verbenas en honor de la Patrona, donde bailar con la mano
puesta en el culo de las muchachas, mientras se ruega a la Madre de Dios que
ampare nuestros amores, y se regalan alfileres a San Antonio para que encuentre
novio a las solteras de la casa. Me parece preciosa de toda preciosidad esa fiesta budista en la que se
simboliza la fugacidad del mundo a base de llenar el cielo de cometas de
colores. Y, cómo no, me resulta el colmo de la belleza barroca que cada primavera
Cartagena levante el arresto de San Pedro y Murcia pasee sus Salzillos por las
calles, para enseñar al mundo que el Hombre es el centro del Universo, y por
eso vino Dios a dejarse crucificar por cada uno de nosotros.
El caso es que toda religión se me hace poca a la hora de organizar mi calendario, a mí que soy tan escéptico y tan reacio a ponerme de rodillas; será porque la cultura laica se nos ha vuelto insípida, feúcha, brumaria y vendimiaria, y a mis muchos años sólo lo hermoso me resulta razonable.
El caso es que toda religión se me hace poca a la hora de organizar mi calendario, a mí que soy tan escéptico y tan reacio a ponerme de rodillas; será porque la cultura laica se nos ha vuelto insípida, feúcha, brumaria y vendimiaria, y a mis muchos años sólo lo hermoso me resulta razonable.
Artículo publicado en el diario "La Opinión", de Murcia, el sábado 7 de octubre de 2014, de la serie Los placeres y los días.