Los tranchetes y la Diosa
Desde que
se inventó el verso libre, la poesía se ha quedado indefensa frente a
cualquiera que se autoproclame “poeta”, con tal que sea capaz de escribir una
ristra de frasezuelas entre la anorexia conceptual y la bulimia lacrimal, y nos
las sirva loncheadas en tranchetes insípidos que semejan versos sueltos. No
digo yo que el verso libre no sea verso; pero no podrá serlo por defecto del
poeta, sino por exceso (de semántica, de lirismo, de eticidad …) del poema;
además, la “libertad” del verso es siempre condicional y vigilada; quiere
decirse que un verso puede no tener rima; pero para ser verso ha de escandirse
con tino, y servir a la cadencia, al ritmo, a la prosodia natural de la lengua;
porque es ahí donde se extrema la expresión, donde el lenguaje se eleva y
trasciende el uso diario, y se produce esa magia universal que le otorga música
a la frase, y que viste el aire “de hermosura y luz no usada” que muestra un
mundo nuevo, pleno de tesoros cognitivos y estéticos.
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Calíope, vista por Joseph Fragnani. Fuente |
Voy más
lejos, y me sirvo de los dos tercetos de un soneto de Garcilaso: “…y si quiero
subir a la alta cumbre, / a cada paso espántanme en la vía / ejemplos tristes
de los que han caído. / Y sobre todo, fáltame la lumbre / de la esperanza, con
que andar solía / por la escura región de vuestro olvido.” Cada uno de estos
endecasílabos cumple de modo férreo con la regla impuesta por “el itálico
modo”, y es gracias al cumplimiento de esa norma que Garcilaso ha disfrutado de
una libertad suficiente como para describir y descubrir un hallazgo que fue
nuevo y hoy es universal: que el desamor es un paseo por la oscura región del
olvido de la amada.
Ocurre,
pues, con la poesía lo mismo que con el cuerpo social, que la libertad se pierde
donde la ley no alcanza. Una prosa trinchada en pseudoversos transmite siempre
una impresión de contingencia, de inmadurez y de arbitrariedad. La prosa en
lonchas aparece atada y sometida a la tiranía de lo vulgar. La prosa en rodajas
constituye la forma perfecta de la vacuidad ética y del engrudo metafísico. El
poemario presentado en tranchetes es un engaño al lector, un esclavo de la nada
que mueve a la risa y al bostezo; pero ahí estamos y es el signo de los
tiempos. Pensó Heidegger que “la Nada nadea”, y en esta falsa poesía el vacío
se vacía, y fuese y no hubo nada.
Digo todo
esto no en detrimento de nadie (porque los nadies, nadies son), sino en
justicia y homenaje a esos poetas que nuestra generación ha tenido la suerte de
conocer, como Dionisia García, Eloy Sánchez Rosillo, José María Álvarez,
Antonio Marín Albalate, Soren Peñalver y unos cuantos más, no muchos, que
tenemos el privilegio de disfrutar en nuestra Región. A ellos y a cuantos
siguen su estela, con amor al Canon, rigor léxico y respeto por la Musa. Porque
ésa es otra: hasta hace nada, se juntaban tres poetas y medio, y proclamábamos
un Siglo de Oro. Un poeta es una excepción cultural, espiritual y puede que
antropológica; un poeta es un elegido de la Diosa, que canta por su boca. El
viejo Platón, que quería expulsarlos de la ciudad por temor al poder de su
arte, exigía que, antes del destierro, se los coronase de mirto en un banquete
público que aplacase a la Diosa invocada por Homero. Escribió Borges que
Quevedo equivale a una Literatura, por más que no fuese poeta de su devoción;
pero con ello aludía a la pobreza cultural de la inmensa mayoría de las
lenguas; a la riqueza infinita que subyace en un solo y verdadero poeta; y,
desde luego, a que hay más poesía y más verdad en una buena silva, que en
diezmil libros fatuos.
Digo todo
esto, en suma, en defensa de la Poesía, que es patrimonio de todos; porque a
este triste paso no vamos a reconocer a la Diosa cuando entone su canto, y
vamos a dar lugar a que una generación se emboce de tranchetes y se prive de
esos poemas bien medidos, en cuyos versos necesarios nace un amor, crece una
rosa, muere un padre o arde una batalla.
Artículo publicado en el diario La Opinión, de Murcia, el 18 de octubre de 2014