Degenerados

  Dice el profesor José Antonio Marina que “bailar es transformar el esfuerzo en gracia”, una definición tan almibarada y hojaldrada que favorece más las caries que el conocimiento. Prefiero aquella otra de George Bernard Shaw, para quien el baile representaba “la expresión vertical de un deseo horizontal legalizado por la música.” Esto sí que es una definición que cumple con lo que se espera de ella, a saber: que lo que se enuncia en el predicado remueva y renueve lo que pensábamos del sujeto. Los ritmos simples y machacones del pop, por ejemplo, a la luz de lo desvelado por Bernard Shaw, evocarían un sexo estajanovista y como de FP: émbolo-pistón, émbolo-pistón, émbolo-pistón…, y en este plan. Un vals nos abrirá el apetito de desabrocharle los miriñaques a una archiduquesa. El tango pide putas con las medias rotas y el aliento dulce de ajenjo. Y el blues y su hijo culterano, el jazz, nos llamarían a un sexo tórrido, africano, turbio, sudado, imprevisible, canalla, quebrado y sincopado. No es de extrañar que los nazis lo consideraran una música degenerada, por tratarse de un engendro propio de negros y de capitalistas.
  Para quienes quieran degenerar su ocio y alegrarse las pajarillas “legalizados por la música” la ciudad de Cartagena celebra estos días su festival de jazz, con un cartelazo fetén. El pasado día 1, por ejemplo, inauguró Macy Gray, una de las mujeres más guapas que pisan la tierra; una negra con cara de ángel terrible que canta con la voz templada, redonda y plena de las mujeres que se enjuagan la garganta con las lágrimas de sus amantes despechados. El 14 de los corrientes iremos, Deo volente, a escuchar a di Meola, un genio absoluto de la guitarra que promete versionar a los Beatles, y eso me chifla, porque las tarareo todas. Además, esa misma noche actúa Jo Harman, una británica que dicen que es buena y que, desde luego, lo está: amplia, rubia, bárbara, risueña y con unos sobacos blancos, acogedores y confortables como camas nórdicas. Pero mejor asómense a jazzcartagena.com, donde se detalla todo, con foto de los sobacos incluida.


  En el Archivo Regional también se escucha y se celebra la “música degenerada”. Los nazis eran jóvenes, guapos, entusiastas, amigables y sencillos; desfilaban vestidos por Hugo Boss; anunciaban una sociedad, una política y un Hombre nuevos, y pregonaban con notorio convencimiento una visión del mundo alicatada hasta el techo, elementos que, bien combinados, despiertan siempre, encendidos entusiasmos. Y fue en la ola de esa ilusión desbordada que decretaron una estética del rencor que les llevó a prohibir toda la música compuesta por artistas judíos: por degenerada, por capitalista y por bolchevique, todo a la vez. Un decreto que afectó a las vidas y las obras de Arnold Schönberg, Anton Webern, Karl Amadeus Hartmann, Pavel Haas, Franz Schreker, Walther Braunfels, Kurt Weill, Bohuslav Martinu, compositores que, en conjunto, protagonizaron un siglo de oro intelectual y musical que no hemos vuelto a conocer. Artistas que se vieron obligados a elegir entre el exilio o la humillación de verse injuriados y arrastrados ante sus alumnos y ante sus orquestas, despojados de todo y, por fin, enviados a campos de exterminio de donde no volvió ni uno. Que el Archivo Regional haya contado con  la complicidad de Enrique González Semitiel y del Ensemble Preludio, una joven orquesta de cámara liderada por Ivana Pristasová y Juraj Kovaç, para celebrar una serie de conciertos centrados en esta maravillosa “Música Degenerada” es un motivo de orgullo para todos cuantos formamos parte de esa mágica comunidad de funcionarios, investigadores, amigos, vecinos e interesados que nos juntamos en el Archivo a disfrutar de la Cultura. El 24 de octubre escuchamos el primero de los conciertos, y les aseguro que vivimos los mejores noventa minutos de la temporada en términos absolutos; por la excelencia del Ensemble, por la belleza extrema de la música y por el placer que sentimos los hombres de bien al escupir sobre la memoria del nazismo. Habremos de esperar hasta enero para que se celebre el segundo de los conciertos y podamos volver a disfrutar de esa confusión entre el placer estético y la dignidad moral. Sólo se cobró un euro y medio para cubrir los gastos de impresión del programa, porque cuando juntamos la virtud y la felicidad nos encontramos con el Sumo Bien, y eso no tiene precio.


Artículo publicado en el diario La Opinión, de Murcia, el 8 de noviembre de 2014

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