Versos difuntos

A principios del siglo XX el parnaso literario anglosajón acogió en su seno, con una naturalidad ciertamente sorprendente, una voz nueva en el mundo de la poesía, la difunta Miss Patience Worth, una muchacha muerta en Nueva Inglaterra a mediados del siglo XVII, quien dio en la flor de convertirse en poetisa 250 años después de haber fallecido, para lo que se sirvió de la mediación de Miss Pearl Lenore Curran, una mujer de una belleza limpia y desmayada, nacida en el último tercio del siglo XIX, quien se topó con el fantasma de Miss Patience mientras experimentaba con la güija, en su casa de Mound City, Illinois. La frase me ha salido barroca y tremebunda en cuanto a la consecutio temporum, pero es que ni yo ni nadie se ha visto en otra. La Historia de la Literatura Universal tampoco contaba con precedentes de una joven poeta de trescientos y tantos años, y dicha circunstancia contribuyó no poco al éxito y a la rápida difusión de sus obras. Pero ésta no fue la única curiosidad que rodeó el caso.
Miss Pearl Lenore Curran, en 1919. Fuente

Más raro aún resultó que Miss Pearl, la mujer que sirvió de voz a la muerta, nunca hubiera ejercido como poeta, ni tampoco como medium profesional; lo cual no fue obstáculo para que la fantasma se le manifestara con signos claros y lirismo distinto, al decir de los expertos en el transmundo de la American Society for Psychical Research (a cuyo frente estaba el filósofo y literato William James), quienes sometieron a Miss Pearl a todo tipo de pruebas encaminadas a averiguar si se trataba de un fraude o de una loca, pruebas que esta buena mujer superó con dignidad y que concluyeron en que se trataba de una mujer honrada, honesta y cabal como pocas; es más, la interfecta objeto del estudio parecía sentirse sinceramente incómoda y hasta ofendida al saberse “utilizada” por una fantasma que no paraba de “soplarle” versos que salían de la güija frescos, alegres, vivos, encendidos…, que es lo que uno menos se espera de una muerta; o tal vez no, qué sé yo. En todo caso, juzguen ustedes los primeros versos que dictó la difunta:

Many moons ago I lived.
Again I come. Patience Worth’s my name.
Wait, I would speak with thee,
 If thou shalt live, then so shall I…
Good friends, let us be merrie!

A mí me gustan bastante. Tanto, que no me atrevo a traducirlos, por respeto a la muerta y a la Musa. Además, no será menester, ahora que toda la ESO es bilingüe.
Llegados a este punto, los lectores de este artículo se debatirán entre la mofa y el repelús, por lo que procede aflojar la tensión y hacer constar, en loor del sano escepticismo, que los archivos administrativos y parroquiales (muy completos y exhaustivos en la Nueva Inglaterra del siglo XVII) no guardan el menor registro documental sobre la figura de la difunta y supuesta autora de los poemas, Miss Patience, lo cual nos devuelve nuestra paz de espíritu, al menos en parte. Los coetáneos de Miss Pearl, sin embargo, no tuvieron duda alguna y dieron por bueno que la viva era el medio, mientras que la difunta era la autora. De modo que Miss Patience Worth pasó de no figurar en los archivos históricos de su tiempo a ser inscrita en la nómina de los escritores emergentes a los doscientos cincuenta años de su muerte; sus poemas (que fueron numerosos) se publicaron con su nombre y apellidos en varias editoriales americanas e inglesas; el muy renombrado Anuario de la Poesía Americana, en su edición de 1913, dedicó un capítulo entero a la difunta en el que la clasificaba como “la voz más joven (sic.) y prometedora de la poesía anglosajona de comienzos del nuevo siglo”, y contó entre sus lectores más fervientes con escritores de prestigio, como Sir Arthur Conan-Doyle, quien se refirió a esta poeta del más allá en varias conferencias, presentándola como prueba irrefutable de la existencia espiritual.

Si no para tanto, tal vez esta historia tan propia del día de los difuntos nos sirva para contemplar la Muerte con la esperanza de encontrarnos allí con un no-lugar, una especie de motel extraño donde nos aguardan poetas guapas, dispuestas a cubrir nuestros huesos con besos fríos y versos calientes.


Artículo publicado en el diario La Opinión, de Murcia, el día de Difuntos de 2014

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