La feliz evacuación
La
grasa es placer puro, porque para disfrutar de ella no hay que ejercer virtud
alguna, sino que basta con existir. Dicho en filósofo: el ser deviene plenitud, en sí y para sí, en la grasa. Si hablamos de
mujeres, abrazarse a una señora embellecida por sus natas proporciona una satisfacción clara y distinta que te
sacude el nervio que une la glándula pineal con lo del día de la boda; mientras que enredar tus anhelos entre las
osamentas de las marizombis que desfilan por las pasarelas es una invitación a la melancolía, el insomnio y el desamor.
Los hombres, sin embargo, somos otra cosa, entre el chiste flojo y la violencia
latente, en el mejor de los casos. Esto no es materia de gusto, ni de opinión: es objetivo, atávico, constitutivo, ontológico y hasta etimológico: “mujer”, en español, y “mulier”, en latín, remontan su étimo al indoeuropeo “mel”, del que vienen las “mollas”, los “moluscos”, lo “mullido” y la “molicie”. Esto, en lo sexual; porque
si vamos a la cocina, que es ese laboratorio donde cada día se transforman los
alimentos en salud, cariño y placer, nos encontramos con que la grasa es el depósito del sabor, la flor de la
textura y la garantía de la digestión. La ingesta de una pechuga de pavo o de un nabo hervido
acarrea, siempre, una derrota irrevocable; mientras que una manta de tocino es salus
infirmorum, refugium peccatorum, consolatrix afflictorum y auxilium christianorum.
Dar
por bueno lo hasta aquí expuesto es congeniar con la razón; pero no hará falta que les diga que vivimos constreñidos por la Cultura de la
Escasez, un modo de entender el mundo que impone un ideal de vida entre la
anorexia y la vigorexia, por un lado; y la insipidez y la diarrea, por el otro.
El Hombre Moderno es un ser gobernado por una Ética que le consiente comer sólo aquello que le garantice un jacarandoso tracto
intestinal; a la vez que se ve afligido por una Estética que pretende que
derramemos nuestro semen al amor de los alambres.
Las
razones de la persecución de la lorza las conocemos bien: la moda femenina lleva décadas gobernada por unos
modistos cuyo sentido de la belleza se inclina claramente hacia lo recto y lo
masculino, y cada talla que reducen abre una llaga por la que supura un rencor
subconsciente hacia la curva y lo femenino. Más oscuras son las raíces desde donde brota la sumisión a una dieta que abomina de
la grasa y que nos condena a una gastronomía desapacible y a una defecación estrepitosa. En esto estoy
casi que por darle la razón a esos nenicos populistas de la tele que ven en los
Mercados, en la Banca y en los USA las claves de los males de este mundo, y verán por qué. Para empezar, es obvio el
nicho de negocio que acecha tras esta Cultura de la Escasez. Consumir mijo,
avena, quinoa, alfalfa o cualquier otra calamidad con que hace apenas diez años alimentábamos a los asnos o a los
periquitos resulta hoy infinitamente más caro que hincharse a gambas. Y si consideramos la
versatilidad y la agilidad de eso que los nenicos de la Complu llaman el
Capitalismo a la hora de poner ante nuestros ojos una infinidad de píldoras, infusiones,
metayogures y hasta cursos de formación organizados por sindicatos de clase, todos los cuales nos
prometen unas deposiciones regulares, abundantes y fluidas; si alcanzamos a
estimar, digo, el monto del capital que mueve, nunca mejor dicho, el negocio de
la feliz evacuación, no podemos sino sospechar que la familia Botín, Wall Street, el Mosad, la
Prensa del Régimen,
el Papa Ratzinger, la CIA y, desde luego, Rajoy se esconden tras esta magna
conspiración.
Ante
esto, el mundo de las letras debería plegarse al siglo: volcarse en epinicios que cantasen los
encantos sexuales del palo de la escoba, narrar las aventuras intestinales de
la quinoa, y deconstruir la Metafísica del “Cagalín”. El Ministro Wert es un precursor al poner a dieta a la
Filosofía,
tanto que va a invitar a los profesores que la imparten a que se olviden de lo
suyo y enseñen
dizque “Emprendimiento”. Sólo con este gesto, Wert ha
conseguido que estos doctos catedráticos asocien el apellido de su ministro con la feliz
evacuación.
El ministro, pues, es cool, está en la onda.
Artículo publicado en el diario La Opinión, de Murcia, el 29 de noviembre de 2014