Jano enamorado

     Un devaneo ocioso e inconfesable por los vericuetos del youtube me lleva hasta la peliculilla que recoge el intermedio de la final de la Super Bowl, y allí me encuentro con una Beyoncé en todo lo suyo. Les voy a ahorrar los detalles para ir al meollo: el culo de Beyoncé es un meteoro (un fenómeno sublunar) por el que valdría la pena morir, y digo tal, porque los movimientos acompasados con que se manifiesta dicho meteoro son de tamaña fuerza y genio que a nadie extrañara que se cobrare la vida de quienquiera que los gozare. Reparen bien en la proliferación de subjuntivos demodés, porque denotan la rancia emoción con que mis afectos se implican en la empresa.

     Más allá del meollo del que les vengo contando, no puedo dejar de señalar que, en su ser ahí, que diría Heidegger, Beyoncé es una mujer negra y de oro a un tiempo, cuya manifestación artística en la Super Bowl se desarrolla al frente de un cuerpo (nunca mejor dicho) de baile formado por una garba de muchachas igualmente negras, aunque ninguna alcance a ser de oro, por más que la menos agraciada de ellas podría destemplar el canto y enturbiar la virtud de cualquiera de los ángeles que mueven las esferas cuya música celebra la Gloria del Señor.
     Si me pongo así de estupendo para dar cuenta de una experiencia en todo comparable, cuando no indistinguible, del torvo onanismo de cualquier liberado sindical es porque a mitad del vuelo erótico que me provocan las vicisitudes de los culos de Beyoncé y sus subordinadas me sobreviene un pensamiento que desarbola mi circunstancia toda, que diría Ortega, pues di en la flor de preguntarme sobre la propia congruencia de mi posición en este mundo, a saber: sobradamente cumplida la edad en la que el cuerpo me agradece la paz que le procuro, y no por ello ajeno a las ensoñaciones en que me sumen esos cien culos donde se ha de sentir el gusto y la fuerza que tiene la vida cuando se sumerge uno en ella prescindiendo de toda mediación intelectual. Tan cagapoquitos y tan follacabras a un tiempo, o sea. Y como no soy yo de demorarme en paradojas, que no conducen más que a la selvatiquez, apagué el youtube y me fui con Montaigne, que es autor que me acompaña bien en estos trances, pues no conoce la doblez entre su pensamiento y su escritura, y su lectura me acompaña como un amigo leal y sincero, un singular maestro de vida en cuyo buen pensar encuentro siempre algún motivo que renueve la alegría de mis días. De modo que abro sus Ensayos por el libro III, que reúne sus últimos escritos, y en el capítulo V, dedicado a unos versos de Virgilio, me topo con esto, que parece escrito para mi consuelo: “Los años me aleccionan, día tras día, en la frialdad y la templanza. Este cuerpo mío evita el desenfreno y lo teme. Le tocaba ahora a él guiar el espíritu hacia la enmienda. Es él ahora el que imparte la clase y lo hace con mayor rigor y autoridad […] Me defiendo de la templanza como antaño me defendía de la sensualidad […] Mire la infancia adelante, la vejez atrás. ¿No es esto lo que significaba el rostro doble de Jano? Arrástrenme los años si quieren, pero que sea retrocediendo.”
     Jano es la clave, desde luego, pues en él me reconozco. También Platón, recuerdo ahora, recomendaba a los ancianos de su República que asistieran a la palestra para contemplar los bailes y deportes con los que se forma la juventud, para que gozasen en otros de la agilidad y belleza físicas que ya no tenían, y rememorasen la gracia y el encanto de aquella edad floreciente; y aun se atrevía Platón (puesto ya muy en modo maricón) a calentar a los ancianos para que otorgasen el honor de la victoria a los jóvenes que los hubieran amenizado y regocijado más y del mejor modo.
     Dos autoridades me avalan, de modo que abandono a Montaigne y retrocedo a Beyoncé. Bien me vale, pues estamos en el mes del amor, que todo lo puede. Miré en mi juventud hacia delante (a mi Montaigne y mi Platón) y contemplo ahora mi vida (y a las mujeres todas) por detrás, como Jano enamorado. “Y es Amor quien me llevó a todos mis crímenes”, que dijo Stendhal, que también se supo Jano. Beyoncé redondea siempre sus canciones con una sonrisa que me llena de gozo, no vayan ustedes a pensar que no reparo en la Belleza. Por lo demás, como dijo Montaigne, no hago nada sin alegría.

Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el día 13 de febrero de 2016

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