La memoria de Shakespeare
A medida que transcurren los años,
todo hombre se ve obligado sobrellevar la triste y creciente carga de sus
recuerdos. La memoria es mucho más creativa de lo que nos gusta reconocer y se
encarga ella sola de aligerar la tara y adornar el palacio con criterios
poéticos; con todo, la mayoría de las veces los recuerdos no son pesados ni
ligeros ni maravillosos ni terribles, sino simple y llanamente prescindibles,
rutinarios, groseros y tediosos. Borges imaginó a un estudioso de la
Literatura, un tal profesor Soergel, a quien la vida le ha deparado una memoria
perfectamente anodina, hasta que, ya bien avanzada su vida, otro erudito le
ofrece un don mágico, turbador y precioso: hacer suya la memoria de
Shakespeare, desde los dias más pueriles y antiguos hasta los del principio de
abril de 1616. Soergel adivina que la propuesta incluye riesgos, pero acepta de
inmediato, y concluye: “Fue como si me ofrecieran el mar.” Así arranca el último
cuento que escribiera Borges, que fue también el postrero de los muchos
escritos, versos, conferencias y lecciones que dedicara a la figura de William
Shakespeare, el Bardo por antonomasia, el genio cuya obra erige el más grande
monumento poético que conoce la humanidad.
Borges solía repetir que Shakespeare
era el menos inglés de todos los poetas de Inglaterra. Efectivamente, el bardo
que acuñara los versos que cantan el desconcierto desgarrador del Rey Lear, o los amores extremos de Romeo y Julieta es un prodigio sin
porqué, un milagro ajeno a su contexto cultural, habida cuenta de que el
inglés, en sí mismo, es un sistema lingüístico económico, nostálgico de la
precisión latina, y propenso de forma natural a los understatesments, a las atenuaciones, a los sobrentendidos…;
mientras que Shakespeare es un poeta tan explícito (tan generoso) que sus versos
transmiten la impresión de ser la fuente de la que manan todas las nociones,
todas las emociones, toda la piedad y toda la belleza de este mundo. Los filólogos
calculan en unos dos mil los vocablos inventados por Shakespeare para mayor
gloria del inglés, a partir casi siempre de raíces germánicas y latinas a
partes iguales; para que nos hagamos una idea de lo que esto significa, dos mil
palabras vendrían a cuadriplicar el capital lingüístico con que mantiene vivo su
espíritu un alumno medio de nuestra ESO bilingüe. Tal vez por eso los ingleses
frecuentan y aman a su Bardo muy por encima de lo que ningún otro pueblo disfruta
de sus poetas: porque encuentran en él un léxico fascinante; una sintaxis llena
de sorpresas; una musicalidad que enardece el espíritu; una manera mágica de
construir metáforas inesperadas; unos parlamentos que nada tienen que ver con
el modo como se expresan sus amigos, sus maestros, sus reyes o el resto de sus
poetas. Los ingleses aman a Shakespeare porque es la antítesis de su
cotidianeidad verbal; de modo parecido a como aman el sol de España, porque es
el polo opuesto a sus brumas frías y sus lluvias eternas.
Así las cosas, no parece fácil que se
pueda disfrutar de Shakespeare si no somos capaces de leerlo en inglés; por eso
es muy de agradecer el proyecto con que la deliciosa editorial “Reino de
Cordelia” celebra este año dedicado al Bardo de Stratford-upon-Avon: una
versión ilustrada y bilingüe de Macbeth una
tragedia “viscosa y espesa como una sopa de sangre”, tal y como la definiera
Jan Kott, que Luis Alberto de Cuenca, en colaboración con José Fernández Bueno,
ha vertido a endecasílabos y alejandrinos españoles, verso a verso, con esa
elegancia pulcra y medida con que versifica Luis Alberto de Cuenca, un lírico y
un estudioso que, antes de ser Shakespeare ha sido Gilgamesh y Homero y
Calímaco y Virgilio y la voz sexi que nos enseñó a engatusar a nuestras novias:
“Hola mi amor, yo soy tu lobo…”
Abrir este homenaje a Shakespeare es
una ocasión para admirarse con las emocionantes ilustraciones de Raúl Arias; para
experimentar la catarsis de quien desteje los trágicos errores de Macbeth, y para
disfrutar de la música verbal de Luis Alberto, que también es un mar, porque
guarda en sí la memoria de la Gran Literatura y es la fiesta y la gloria viva de
la lengua española.
Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el 23 de abril, día del Libro, de 2016