Aristóteles y Fillis
Les contaba hace un
tiempo que Aristóteles tuvo una vida como los martinis de James Bond: agitada,
pero no revuelta; rodeada de tantos peligros como buenos amigos; comprometida
con el ruido de su tiempo y recogida en el silencio de la vida académica; amenazada
por la Historia y amenizada por la Filosofía.
Algo parecido ocurre con su memoria,
con sus tratados, sus lecciones, sus ideas, su manera de abordar y de vivir la
Filosofía…; el legado de Aristóteles es un tesoro intelectual que se ha visto
perseguido a lo largo de los siglos por el mismo hado funesto que enturbió la
vida del tutor de Alejandro Magno, como si el autor y su obra fuesen uno ante
los ojos de ese Espíritu que gobierna con astucia y paciencia el despliegue de
las ideas con que los humanos construimos la Civilización. Y por más que la
obra de Aristóteles supone una apuesta por la idea luminosa y fecunda de que el
fin último del hombre es interpretar el mundo y ordenar su vida hacia la
búsqueda de la verdad con la ayuda de una razón que opera por observación,
reflexión, demostración y prudencia, el legado aristotélico se ha visto
obligado a sortear a lo largo de los siglos la hostilidad mostrenca mentirosa e
incendiaria de quienes lo repudiaron por “herético” y de quienes aún lo
desprecian por “conservador”
La historia de los amores de
Aristóteles y Filis es, tal vez, el avatar más sexy e inocuo por el que ha
tenido que pasar la memoria de Aristóteles. La primera formulación que
conocemos de este mito se debe a un trovador del siglo XIII, Henri D’Andeli,
quien escribe un lay, algo así como
un romance, protagonizado por quien ya empezaba a ser conocido como “El
Filósofo”, sin más.
Canta el lay que Alejandro se pasaba la vida detrás de una cortesana que a
fuer de mollar y bien resuelta traía de cabeza no sólo al joven rey, sino a
cuanto varón pasaba por su puerta. Aristóteles, como buen filósofo y maestro,
afeó la conducta de su fogoso discípulo: “Eres el Rey más grande que han
conocido los hombres. Tu tiempo es precioso y tu dignidad sagrada; de modo que,
si lo que te apetecen son curvas, dedícate a contemplar los astros y templa tu
carácter con la recta Filosofía.”
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Aristóteles y Fillis, de Lucas Cranach el Viejo |
Esa misma tarde, Aristóteles recibió
la visita de Filis, quien acudió a su biblioteca para rogarle que levantara su
interdicto, porque no podía vivir sin Alejandro. Filis desplegó ante el
filósofo una panoplia de armas femeninas de filo implacable, entre las que no
faltaron el dulce llanto, los suspiros que agitaban sus pechos, el desorden de
la túnica y todos los sofocos propios de una joven maltratada por el destino y
víctima de su propia belleza. Los encuentros se repitieron, que no parecía sino
que la muchacha se topaba con el filósofo en todas las horas del día.
Aristóteles no dejaba de advertir el peligro que corría e intentaba distraerse
con ayuda del estudio; pero algo más fuerte que él mismo se encendió en su
interior y, al poco tiempo, el maestro se arrodilló delante de la muchacha para
pedirle sus favores. Filis se resistió unos momentos, los justos para saborear
su victoria; pero al fin cedió, a cambio, dijo, de una sola condición: “Antes
de yacer contigo, hemos de salir al jardín a jugar a los caballitos. Quiero
comprobar si puedes cargar conmigo a tus espaldas, porque no quiero compartir
mi lecho con un hombre que no junte las fuerzas que precisan las artes del
amor.” Aristóteles se sentía rejuvenecido y no dudó en asumir el reto. Salieron
al jardín, cargó con Filis…; y fue en este momento cuando irrumpieron el joven
Alejandro y sus generales, quienes desde el principio
habían preparado el engaño con la complicidad de Filis: “Si tú, mi viejo y
prudente maestro, eres capaz de perder la dignidad ante los encantos de una
cortesana, ¿cómo quieres que me resista yo que soy un joven y fogoso soldado?”
Concluye
el lay entre risas cuarteleras, y celebra el
triunfo del Amor y la derrota de la Filosofía. No me alegra a mí tanto esta
historia tan francesa que canta el triunfo de un instinto que está al alcance de cualquiera,
que no respeta ni las canas, y que puso a cuatro patas al más sabio y noble de
los hombres que en el mundo han sido.
Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el día 18 de junio de 2016