Aristóteles, o el oficio de la amistad
A Juanjo Lara, un amigo limpio, cuya vida honra la Filosofía
Con diecisete años, Aristóteles ya
era médico, pero eso no colmaba su talento, ni la ambición de su padre, ni los
planes de su rey, el gran Filipo de Macedonia, y por eso viajó a Atenas donde
dedicó veinte años de su vida a estudiar a la sombra estricta del divino Platón
y habilitarse en la excelencia de carácter que permite predecir el ir y venir de
los planetas; conocer las partes de los animales y los mensajes de los sueños; comparar
las distintas formas de gobierno; distinguir la tragedia de la historia, la
demostración de la persuasión, la ciencia de la prudencia y el mito del logos; compartir
con los amigos un ideal de vida plena; practicar la virtud; indagar las causas
primeras y las últimas, y, llegado el caso, mirarle a Dios a la cara y pedirle
cuentas por Todo.
![]() |
Aristóteles y Alejandro, de Charles Laplan |
El oficio de Aristóteles era el más
exigente, el más fascinante y el más reconocido, también. Los griegos admiraban
y escuchaban a sus filósofos, en mucha mayor medida de lo que lo ha hecho
pueblo alguno jamás; y precisamente por eso la Filosofía se convirtió en un
oficio peligroso. Los atenienses condenaron a muerte a Sócrates y expulsaron de
su ciudad a muchos otros filósofos cuya influencia sentían y temían. Platón estuvo
a punto de morir a manos del tirano de Siracusa, quien lo vendió como esclavo;
y lo de Aristóteles da para una novela, que alguien escribirá algún día, no me
cabe duda alguna.
Cumplida su formación en la Academia,
Aristóteles volvió a su patria, a Macedonia, donde se ocupó de la formación del
joven príncipe Alejandro, momento a partir del cual se vio perseguido y
envuelto en una serie de intrigas y tramas en las que no faltaron espías,
emperadores, reyes, dinastas y algún que otro politicastro sobornado por los
persas, como Demóstenes, cuyo perfil populista y parlabarato parece extender su
sombra hasta nuestros días. En medio de tanta zozobra Aristóteles nunca
abandonó el estudio de la Filosofía y encontró tiempo para cultivar con esmero
la amistad con los mejores hombres de su tiempo. Tal fue el caso de Hermias,
filósofo también, que murió crucificado por el ejercicio de su oficio, y cuyas
últimas palabras resuenan en el corazón de todos los amantes de la sabiduría:
“Anunciad a mis amigos y compañeros de estudios que nunca he hecho nada que
pueda ofender mi dignidad ni la de la Filosofía.” O su sobrino y amigo Calístenes, buen
filósofo, también, a quien Alejandro torturó minuciosamente, amputó de pies y
manos, le arrancó los ojos, lo exhibió en una jaula y lo arrojó a las fieras,
todo porque el muchacho le afeara la falta de sentido de la medida con que
abordaba sus tareas de gobierno desde que derrotara al emperador de los persas.
Años más tarde, Séneca se refería a este asesinato en estos términos: “Cada vez
que alguien recuerde la grandeza de Alejandro, se objetará: ‘pero mató a
Calístenes.’ Poco importa que haya superado la gesta de todos los capitanes
anteriores: ninguna de sus empresas podrá ser tan grande como la atrocidad de
este crimen.”
Aristóteles sufrió el desgarro de
saber que su querido sobrino Calístenes había sido masacrado por su igualmente
querido discípulo Alejandro. Se supo abandonado por sus compatriotas macedonios y sentía en su piel el odio de los antimacedonios. Marchó al exilio, se instaló en
Eubea, arregló sus asuntos y se administró un veneno indoloro a base de uva
lupina. En su testamento, como en su vida, procuró el bien de su mujer, de su hijo y de sus amigos, un
puñado de hombres dignos cuyas vidas honraban la Filosofía. Sin duda, alguien
debería cuidar de su tumba y depositar sobre ella las flores más hermosas.
Artículo publicado en el diario "La Opinión" de Murcia, el día 4 de junio de 2016