Black is Black
La vida
cultural no termina de arrancar hasta que no lo hace la Academia y ésta parece
detenida en un bucle sociopático que sólo genera noticias melancólicas sobre la
pobre competencia lectora de los estudiantes españoles, y sobre la calidad y la
caridad de lo que se reparte en los comedores escolares, con lo que cada vez cuesta
más distinguir un Aula Magna de un comedor de Jesús Abandonado; aunque a lo
mejor soy yo el que se confunde por culpa de una infancia transcurrida entre
los Calasancios, la OJE y unas tabernas donde mi padre jugaba al mus entre putas
que no se depilaban los sobacos, todo lo cual me ha labrado un fondo intelectual
y moral demasiado recio, rancio y recto como para poder adaptarme a las curvas salomónicas
de esta era neobarroca.
Barrocas,
resueltas y eficaces, por cierto, resultan las novelas de Peter James, uno de
los grandes narradores de nuestro tiempo con el que me vengo entreteniendo
hasta que, de verdad, empecemos con el otoño cultural, y también porque James
es de los pocos que saben administrar con tino y medida la emoción y la tensión
de una trama policiaca, como lo hacía la Highsmith; pero me pasa con él que se
me queda escaso, por exceso de buenismo: su protagonista, el superintendente
Roy Grace, es un muchacho madrugador, muy fiel a sus amores, muy cumplidor con
sus jefes, muy comprensivo con sus subordinados, muy ejemplar como ciudadano… En
fin, que es un primor de policía al que imaginas perfumando sus calcetines con
Mimosín y a quien quisieras por yerno; pero eso no es lo que uno espera del
protagonista de una novela negra; lo que no quita para que su lectura resulte
sumamente recomendable y, en todo caso, capaz de colmar las esperanzas de los
lectores que compartan la escala de valores de la Educación para la Ciudadanía.
Más turbio moralmente resulta el inspector Rebus, el personaje creado por el
escocés Ian Rankin, a quien también tengo ahora en la mesilla, y que ha logrado
convertirme en cómplice literario de los desmanes de un policía que abusa con
el mismo desafuero del tabaco, de la comida escocesa, del whisky y de sus
sospechosos. Rankin compone sus historias más a la pata la llana y con menos
acierto que Peter James; pero cada vez que me mete en un pub de Edimburgo me
reconcilia con la literatura, porque parece que el haggis y el whisky lo esté disfrutando yo; y no les digo lo que siento
cada vez que nos saltamos juntos el habeas
corpus... De modo que a Rankin lo vamos a recomendar únicamente a los que
no les importe verse removidos en sus convicciones morales más homologables.
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Imagen del metro en Hamburgo |
Otro
que escribe para los amantes de las noches del alma es Craig Russell, escocés como
Rankin, aunque con un aliento más universal. No se pierdan la serie que
portagoniza Jan Fabel, un policía que reinventa día a día la moralidad en las
callejas de Hamburgo, que es la ciudad perfecta para situar una novela negra,
con sus nubes de plomo, sus muelles grises, sus fachadas de ladrillo y su
barrio rojo, Sankt Pauli, que es el Hollywwod del porno más guarro que ha
concebido jamás la raza humana. Así que vamos a recomendar este autor a los
lectores (lectoras, sobre todo, en este caso, y no me pregunten por qué) que,
como diría Kavafis, gusten de esos placeres fuertes que sólo beben los audaces.
A estas alturas del artículo, más de uno pensará que
mis criterios estéticos están oscurecidos, o pervertidos, por mi educación
calasancia, y no lo voy a negar; pero en este camino de perdición no marcho
solo. La novela policiaca, desde sus orígenes, ha florecido sobre un fecundo
mantillo de podredumbre moral. Sherlock Holmes, que estableció el canon, se
hace perdonar su inteligencia sobrehumana mostrándose como un adicto a la
cocaina afectivamente autista y sexualmente esquinado; y son esas (oscuras)
prendas las que le valen su triunfo en medio del puritanismo victoriano que le
vio nacer; como son también las que le ganan su éxito en medio del puritanismo
socialdemócrata de nuestro tiempo. Porque la novela policiaca, queridos
amiguitos, tiene que ser acre al olfato, húmeda al tacto y negra a la vista;
como los sobacos de las putas de mi infancia.
Artículo publicado en el diario "La Opinión", de Murcia, el sábado 13 de septiembre de 2014, de la serie Los placeres y los días.