Los garbanzos y el dragón

     Me llegan mensajes de lectores o amigos que se duelen de lo poco que se lee en este país y tal. Entre datos, lamentos y razones me da para un silogismo desquiciado: España edita más libros que ningún país de su entorno; España piratea más libros que ningún país de su entorno; conclusión ad absurdum: en España se lee menos que en cualquier país de su entorno. Esto ofrece la imagen de una Nación que arroja toneladas de libros intonsos a los contenedores de papel y que piratea los e-books para no leerlos, como quien teje calceta mientras entretiene su vida entre “Sálvame de Luxe” y “Peludas.com”. Por nadie pase, aunque lo que me llena de melancolía no es la falta de lectura, sino la quiebra de la lógica, así que entro en la cocina a alegrarme las pajarillas y gobierno unos garbanzos de Fuentesaúco con una receta que es puro zen: cocidos con un puerro, dieciséis cominos y un majado de ajo y perejil; luego los emplato escurridos, con una vinagreta de aceite de Cehegín, vinagre de Jerez, puré de tomate, cebolla morada y guindilla fresca. Los garbanzos zen no mejoran los índices de lectura, pero a mí me ponen en modo japonés; por eso cuento los cominos, como se miden los versos, porque el satori, la iluminación, se alcanza cuando se ritualizan los actos nimios
     Los nipones leen mucho, a pesar de que lo tienen cuesta arriba, porque su literatura huye de lo fácil y se expresa en un sistema caligráfico que necesita dos silabarios y veintemil ideogramas para expresar una pamplina: un laberinto lleno de perplejidades y tristezas tenues donde se perdería cualquier pueblo, menos el japonés.
Pintura de Toyohara Chikanobu en la que figura el combate entre Susanoo y Yamata no-Orochi
     La literatura del Japón, en efecto, es un arte oscuro y sobrehumano desde el principio de los tiempos. La poesía, que es la forma literaria primordial, encuentra sus orígenes míticos en una espada, un dragón y la doncella Kushinada quien, érase una vez, hace mucho tiempo, lloraba sin consuelo a la orilla de la mar. Allí la encontró el dios Susanoo, a quien contó que la isla estaba afligida por el dragón Yamata no-Orochi, cuyas ocho cabezas devoraban ocho doncellas cada día, y que ella misma iba a ser la primera de las víctimas del siguiente amanecer. Susanoo liberó de sus ataduras a la muchacha y se ofreció a su familia para terminar con el dragón, a cambio de llevársela como esposa. El padre de la chica accedió, claro, de modo que Susanoo convirtió a la doncella en un peine, con el que se recogió el pelo antes de la batalla, y tendió una trampa al dragón, consistente en un muro insalvable dotado de ocho puertas, al otro lado de cada una de las cuales puso una gran vasija llena de sake. El terrible dragón percibió desde el cielo el dulce olor de la bebida, y voló de inmediato hacia el muro; una vez allí, introdujo cada cabeza por una de las puertas y se dispuso a apurar las vasijas de sake. De este modo, Susanoo pudo segar las ocho cabezas, distraídas como estaban por los efectos del licor. Acto seguido, el dios se dispuso a cortar las colas del dragón, que eran serpientes cargadas de poder y fue al hundir su sable en la cuarta de ellas, cuando se topó con algo duro que resultó ser una espada de una belleza nunca vista. El dios abandonó su viejo sable, empuñó esta espada nueva, y, en cuanto la tuvo en la mano, pronunció en voz alta los primeros versos que conoció el mundo. Susanoo se maravilló de sus propias palabras, que brotaban como si fuesen ajenas, y entregó la espada a la diosa Amateratsu, quien, a su vez, se la legó al primer Emperador, junto con un espejo y un trozo de jade que aún hoy constituyen los tres tesoros más preciados del Imperio del Sol.
     Quizás a ustedes les pase lo que a mí, que me resulta más fácil encontrarle el punto a los garbanzos que comprender por qué la poesía surge precisamente cuando se empuña un sable. Pero seguro que aprecian que en el Japón los emperadores asciendan al trono sin pasar por “Sálvame de Luxe” y tras velar toda una noche frente a una espada inmemorial, de la que brota una poética sagrada con poder para doblegar los terribles dragones del tiempo.

Artículo publicado en el diario "La Opinión", de Murcia, el sábado 27 de septiembre de 2014, de la serie Los placeres y los días.

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